El ruido y la furia

Hacerse un hueco entre los más grandes es difícil: las sombras de los clásicos son muy alargadas. Casi todo lo que había que rodar y escribir ya lo hicieron Welles, Cukor, Wilder, Fellini, Renoir, Hitchcock, Berlanga, Hawks, Lang, Bardem, Vidor, Buñuel, Lubitsch, Bergman, Rossellini, De Sica, Ford, Capra… y un larguísimo etcétera que se extiende a lo largo de las épocas y los países.

Asentarse en esa cumbre que está reservada para los autores más reconocidos, recoger el testigo de los maestros, llevarlo con dignidad y defenderlo hasta que ese toque de genio se convierte en una parte intrínseca de tus obras es una odisea que muy pocos son capaces de completar.

Expresar todo un mundo de cine con un simple movimiento de la cámara es una técnica que está al alcance de un reducido grupo de privilegiados. Kieslowski pudo hacerlo, Erice pudo hacerlo, González Iñárritu y Scorsese lo siguen haciendo… Y Paul Thomas Anderson lo hace cada vez que se pone detrás de una.

Paul Thomas Anderson, uno de los clásicos de nuestro tiempo. El director californiano ha sabido hacerse un hueco, a base de ruido, de mucho ruido, y de furia, de mucha furia, en lo más alto. Del ruido y la furia que caracterizan a sus personajes, que están en lucha permanente contra el medio, contra el miedo, contra el mundo, en definitiva, en una constante beligerancia contra ellos mismos. A lo largo de sus siete, sí, solo siete, largometrajes, Anderson se ha abierto camino a codazos en el Olimpo de los cineastas modernos, desde donde puede mirar a la cara, sin apartar la mirada, a los más grandes.

En Sydney (1996), su primera película, nos cuenta la historia de un hombre sin recursos que conoce a un misterioso personaje que lo lleva de casino en casino para conseguir dinero. Con Martin Scorsese y Max Ophüls asomando en cada esquina de esta cinta, Anderson conduce a los espectadores a los fondos más bajos del ser humano, donde el amor pierde ese valor redentor que tanto ha sido explotado en cintas clásicas y la obsesión funciona como motor vital. John C. Reilly y Gwyneth Paltrow encarnan a estos enajenados personajes. Además, el director firma, en su opera prima, el final más sugerente de su carrera, en el que las apariencias ocultan el tortuoso pasado de estos personajes.

Con Magnolia (1999) el director retrata la vida en 180 minutos. Innumerables historias que se entrecruzan y superponen, se enzarzan, más bien, en una lucha por evitar el vacío existencial que parece asfixiarlas, con la fatalidad como hilo conductor. Paul Thomas Anderson enfrenta al ser humano contra el ser humano en esta obra maestra contemporánea en la que cada detalle cuenta y cada segundo de metraje es indispensable. Tom Cruise, Julianne Moore y William H. Macy, entre otros, completan un reparto de lujo para un guion soberbio que nos agarra del cuello y nos impide apartar los ojos de la pantalla hasta ver el final de esta crónica de una tragedia anunciada, un final que no es tal, que es, simplemente, otro instante en la vida de estos personajes que se ven atrapados por las circunstancias que ellos mismos han ido creando a lo largo de su vida, que parece trascender lo puramente ficticio. Inmensa, imprescindible película no solo dentro de la carrera de su autor, sino del cine como arte.

En Pozos de ambición (2007) Anderson nos muestra los rincones más oscuros del corazón de un ser humano. Esta obra, una de las alegorías capitalistas mejor elaboradas, nos cuenta la historia de la lucha de un hombre cruel contra una naturaleza cruel. La codicia ejerce como desencadenante de los terribles actos que llega a cometer el protagonista. Y un estudio aparte merece el final, la atronadora rubrica que Anderson pone al final de este manifiesto cinéfilo: el concepto de pasión por la interpretación y por la dirección queda definido en los últimos minutos de esta película, en el que el protagonista, derrotado por completo, decide declararse vencedor de aquello que ha dejado de tener sentido. Daniel Day Lewis se trasciende para hacerlo posible. Petróleo y eriales iluminados de forma magistral por el impío sol de Texas completan la obra y conforman el telón de fondo de esta película.

 

En The Master (2012) Paul Thomas Anderson afila el cuchillo para retratar el turbio mundo de las sectas. La película narra la relación entre el líder carismático y un subordinado al que le surgen dudas demasiado tarde. La codicia, el miedo y la contradicción son ahora el hilo conductor. El gran logro de la cinta, aparte de la creación de imágenes imborrables por su dureza, directas a las entrañas de los espectadores, durante el proceso de lavado de cerebro, radica en la intensidad que el director consigue arrancar a las escenas que comparten sus dos protagonistas. Phillip Seymour Hoffman y Joaquin Phoenix, uno de los grandes intérpretes de nuestro tiempo, impregnan a los geniales diálogos del guion, también escrito por el director, de una energía especial, al alcance de muy pocos, que dota a una de las cumbres del cine del siglo XXI de la enjundia que la hace tan especial. Y no nos olvidemos de Amy Adams y su brutal y descarnado retrato de la esposa del líder de la secta. Una obra maestra.

Con Puro vicio (2014) Anderson, adaptando el libro de Thomas Pynchon, revisa el mito del detective del estilo del Philip Marlowe de Humphrey Bogart en El sueño eterno (1946), con el aliciente de estar contextualizado en los años más psicodélicos de la ciudad de San Franciso: cine negro, con todos sus cánones, espolvoreado con drogas sintéticas, eso es la película. De nuevo Joaquin Phoenix, que borda su personaje, interpreta a un investigador privado que busca al amante de su amante, Katherine Waterston, una actriz con un futuro lleno de éxitos, por encargo de ella. Sus pesquisas lo llevan a pisar terrenos pantanosos, respirar ambientes inestables y enfrentar situaciones peligrosas. En esta obra, Pynchon cambia la tendencia de Anderson con respecto a su primer largometraje, ahora, el amor de Phoenix por Waterston salva a estas dos almas perdidas y adictas a los psicotrópicos.

Así se hace cine. Así se pasa a la historia. Así se hace Paul Thomas Anderson con su merecido territorio entre los más grandes.

Guillermo García Gómez

Guillermo García Gómez ha escrito 47 artículos en Ciempiés.

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