El viaje del héroe

Decía Marx aquello de que la historia se repite dos veces: primero como tragedia y después como farsa. La frase, tremendamente acertada y válida para cualquier época, puede aplicarse también a las historias de ficción que cuentan las historias de ficción. Y algo así le ha pasado a la historia cinematográfica de Thor.

Tras la decepcionante, teniendo en cuenta que está firmada por Kenneth Branagh y que cuenta con Anthony Hopkins y Natalie Portman en el reparto, primera parte de las aventuras del dios nórdico, llegó El mundo oscuro, otro batacazo prefabricado a base de efectos digitales y personajes sin alma que, sin embargo, nos permitió contemplar una batalla, improbable en otras circunstancias, entre un Doctor Who, Christoper Eccleston, que toma esta vez la forma de un elfo oscuro resentido, y la versión marvelita de una de las deidades más poderosas de la antigüedad escandinava.

Y, oye, es poco, pero algo es algo para esta tragedia anunciada, para este nuevo tropezón de los mandamases de la Casa de las Ideas con uno de sus personajes con más posibilidades y menos aprovechados, por lo menos en el cine.

Pero a la tercera va la vencida y después de la tragedia viene la farsa. Viene la parodia. Una de las mejores parodias del cine de superhéroes y de ciencia ficción de los últimos años, a la altura de otras míticas como El quinto elemento o Starship Troopers. Una farsa que contiene tintes de auténtico cine, de reivindicación política y de profundas reflexiones filosóficas. La visión marxista de la historia se aplica también a Marvel, y después de los dos tostones de proporciones épicas que le dedicaron a un entregado Chris Hemsworth, llegó una de las cumbres de su universo cinematográfico; llegó Thor: Ragnarok.

Vamos con ello.

Decía que esta película es la gran parodia del gran boom del cine de superhéroes que vivimos en la actualidad, y lo va dejando ver a lo largo de todo su metraje. Estoy hablando de las pausas narrativas que se toma, en las que muestra lo que no se suele ver en este tipo de películas: Thor dando lógicas vueltas sobre su eje, al principio de la cinta, mientras pende de una gran cadena, dando por momentos la espalda e interrumpiendo, consecuentemente, el monólogo del malo, que le está desgranando cómo va a ser el fin del mundo, el Ragnarok según la mitología nórdica, que tiene planeado, o nuestro héroe esperando pacientemente a su martillo en casa de Stephen Strange, mientras Mjolnir, en su vuelo, destroza la mansión del doctor, o Thor y Loki en cotidiano silencio, mientras aguardan a que el ascensor alcance su piso, antes de planear su estrategia para salir con vida de las garras del Gran Maestro y su competición de gladiadores.

Y los elementos paródicos que encierra la película no acaban ahí, porque ahora los dioses se hacen fotos con sus fans terrícolas o comentan, como un mortal del montón, que la ruptura con su novia humana fue de mutuo acuerdo. Es más, el humor, un factor común que vertebra y cohesiona la gran mayoría de las producciones de Marvel, que no hay que olvidar que están concebidas para todos los públicos, se utiliza aquí más como instrumento satírico que como contrapunto cómico a toda la grandilocuencia argumental, como venía siendo habitual.

Decía, también, que Thor: Ragnarok es una cinta políticamente reivindicativa. Es más, me atrevería a afirmar, en consonancia con el comienzo de este artículo, que destila marxismo. ¿Qué es, si no, esa especie de escueto mitin que el dios del trueno da a los luchadores más desfavorecidos de la arena de liza, en la que reina Hulk, sino un llamamiento de un líder carismático (porque, a ver, ¿quién hay más carismático que el propio Thor?) a las clases oprimidas, una proclama para que los parias de aquella satrapía se levantaran y organizaran para derrocar a su tirano, como de hecho hacen? Porque así es, los esclavos, la carne de cañón para divertimento de las masas, se rebelan contra su amo, y son los que finalmente ayudan a Thor, Bruce Banner y a la valkiria, y luego, cómo a no, a Loki, a escapar. La película de Taika Waititi, como quien no quiere la cosa, nos ha enseñado que en Marvel también cabe el triunfo del proletariado.

Y, ¿qué decir de los habitantes de Asgard, atrapados entre el terror de Hela, la hermana del superhéroe, diosa de la muerte, interpretada por Cate Blanchett, y el de Fenrir, el temible lobo gigante desatado por ella misma, que siembran el pánico en el reino de los dioses? Pues nada más y nada menos que son una genial alegoría, llevada al terreno de los superhéroes, de la situación de los refugiados de tantas guerras reales y actuales, anclados, por desgracia literalmente, entre la espada y la pared. En Thor: Ragnarok hay un héroe que los salva, que reivindica y da una salida que permite a los asgardianos la posibilidad de una vida mejor en otra parte; el mundo actual, posible y, sin embargo, más villano, tiende más a la indolencia que al deber.

Porque es el deber el sino de los héroes actuales, y sus caminos son moralmente rectos, véase al Capitán América. Y esta película logra deformar ese viaje lineal inamovible para convertirlo en un círculo, para exponernos, así, la teoría filosófica del eterno retorno. Y el viaje del héroe que emprende ahora Thor es, al mismo tiempo, hacia adelante y hacia atrás, porque recordemos que primero la historia se repite como tragedia, esta vez en un sentido más grecolatino del concepto. Y nuestro protagonista y Loki, hermanos, están condenados, como ellos mismos dicen, a rehacer indefinidamente sus acciones: este traiciona, conspira, recapacita y vuelve a traicionar, y aquel cae en la trampa, se salva, se venga y vuelve a caer; y vuelta a empezar. Y además Odín ha muerto, y el parche que llevaba para cubrir el hueco del ojo que en su día sacrificó para conseguir sabiduría lo lleva ahora su hijo Thor, que también pierde el suyo, este en batalla contra su hermana, para adquirir nuevos poderes; y la tragedia vuelve a empezar. El eterno retorno.

Y todas las lecturas que se pueden llegar a hacer de Thor: Ragnarok están perfectamente contadas por su director, que narra los episodios del viaje de este héroe con un equilibrio admirable, tanto en las pausas como en las escenas de batalla (espectacular la pelea entre Thor y Hulk), con gusto, admiración y cariño por todo el entramado más que con oficio, como si estuviera relatando, bajo las estrellas y a la luz de una hoguera, una de las tradiciones mitológicas nórdicas que recogen las leyendas del dios de trueno, y perfectamente interpretadas por sus dos actores principales, el mencionado Hemsworth, que logra su mejor Thor, tanto en papel individual como colectivo en las dos primeras entregas de Los Vengadores, y Tom Hiddleston, que aquí ha conseguido, junto con los guionistas, dibujar uno de los mejores personajes de toda la productora, encarnando a Loki.

El tirón de las películas de superhéroes, con sus pros y sus contras, parece no tener fin, al menos de momento, y nos guste o no, o nos gusten o no, este tipo de cintas son las que están haciendo que el gran público vuelva a coger la buena costumbre de ir al cine, que comprar una entrada y esperar impaciente en la butaca sea de nuevo un hábito y no algo excepcional. Por eso, bajo mi punto de vista, la labor que está llevando a cabo Marvel con la mayoría de sus películas es tan loable, porque además de fanfarria y explosiones, ofrece auténtico contenido a través de los superhéroes, buenas películas, en definitiva, que ya es decir, aptas para todos los públicos.

Y Thor: Ragnarok constituye una de sus cimas, la culminación perfecta de un camino que comenzó con dos malos pasos. Thor: Ragnarok es el cénit de un viaje, algo errático en sus comienzos, que los propios filmes dedicados al héroe han emprendido de forma paralela a sus protagonistas, para desembocar, aunque la historia se repita, en una obra madura. Thor: Ragnarok es, ni más ni menos, una buena película.

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Guillermo García Gómez

Guillermo García Gómez ha escrito 47 artículos en Ciempiés.

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