Siendo ya con sus dos anteriores secuelas y el spin-off de Los Minions, una de las franquicias animadas más exitosas del cine reciente, Gru llega a la tercera entrega descubriendo que tiene un hermano y enfrentándose a un villano nostálgico de su éxito ochentero en una entrega en la que se empieza a percibir cierto desgaste.
La tercera entrega de la saga regala de nuevo una diversión instantánea que agradará sobretodo a los más pequeños y rompe de nuevo la estabilidad que parecía encontrar Gru a nivel familiar, al descubrirse que tiene un hermano gemelo mucho más adinerado, simple y feliz que él, que le necesita para que le enseñe a ser un buen villano. A esto se añade un villano, juguete roto infantil de los ochenta, que planea destruir Hollywood como venganza frustrada a partir del diamante que roba al inicio de la película y que deja sin trabajo como superagente a Gru y Lucy.
En este tercer capítulo, Coffin y Balda dejan con más claridad expositiva las costuras de su relato, diseñando una concatenación de gags, sketches y subtramas que no funcionan del todo como relato compacto y que hacen que algunas funcionen mejor que otras; destacándose la trama fraternal entre Gru y Dru y un alocado villano con el que exhibir nostalgia ochentera y fantástica selección musical.
Con algún gag y guiño más que conseguido (la ciudad de Freedonia, la canción sin sentido de los Minions) y el frenético ritmo habitual de la saga, la entrega vuelve a funcionar en sus propósitos más primarios y sin duda será ineludible para el público familiar; pero evidencia más las taras y agujeros de una narración basada en el gag y no deja la frescura y la chispa de sus dos anteriores entregas, evidenciándose también en unos Minions menos inspirados que en los filmes anteriores.