«120 pulsaciones por minuto»; Campillo teje una objetiva y elegante mirada al activismo frente al Sida en un equilibrado filme entre lo político y lo íntimo
Robin Campillo teje un vivo relato sobre la organización Act Up y las reivindicaciones y activismo por las que luchaban para que la población tuviera un fácil acceso a los medicamentos
Gran Premio del Jurado otorgado por un emocionado Pedro Almodóvar en la pasada edición del Festival de Cannes; el tercer largo del francés Robin Campillo rememora su época juvenil y activista dentro de la organización Act Up Paris. Una cinta objetiva y naturalista que sabe ofrecer tanto la perspectiva política y grupal, como la íntima y privada; sabiendo transmitir el activismo y vitalismo de esos jóvenes frente al oscuro fantasma del Sida.
Ambientando con naturalidad la época de los noventa, Campillo teje un vivo relato sobre la organización Act Up y las reivindicaciones y activismo por las que luchaban para que la población tuviera un fácil acceso a los medicamentos y tratamientos que permitían paliar el avance de la enfermedad; además de reivindicar que desde la educación se informara mucho más sobre la prevención en las relaciones sexuales poniendo de relieve la culpabilidad de las empresas y del gobierno de Miterrand.
Campillo expone la influencia de Laurent Cantet en La clase, co-guionista de aquel filme, en las largas secuencias de reunión; ofreciendo un tono de pseudo-documental lleno de ritmo narrativo y que aboga por la riqueza del debate y los distintos puntos de vista promovidos. A ello se suman las diferentes actuaciones de la organización como las protestas en empresas gubernamentales o farmacéuticas culpables de ese freno al acceso médico y las festivas manifestaciones a las que se sumaban u organizaban.
Campillo teje un retrato sobre el activismo y la comunión, la juventud y el amor como lucha vital activa en un grupo de personas amenazadas siempre por el oscuro fantasma del Sida. Una filosofía de vida que impregna todo el conjunto y que hace partícipe al espectador aunque Campillo apueste por una puesta en escena objetiva y elegante; conformada entre la objetividad coral del cine de Cantet y elementos más dramáticos y fugas poéticas que le acercan a jóvenes cineastas como Mia Hansen-Love (Eden, El porvenir).
La verdadera virtud del filme de Campillo reside en su magnífico equilibrio expositivo entre lo grupal, público y político y lo íntimo y personal en cuanto la trama romántica central entre los dos jóvenes protagonistas entra en foco – magnífico Nahuel Pérez Biscayart, toda una revelación y el joven Arnaud Valois -; estableciendo sin subrayados ni espíritu adoctrinado una inevitable relación entre ambas partes; personificadas en el crudo tramo final en el que la enfermedad entra totalmente en la vida de ambos jóvenes y en el cual el dolor íntimo y la reivindicación y lucha activista se funden.
Quizás no resulte perfecta (hay cierto bajón en su tramo medio) y es sorprendente como unos echos de hace sólo dos décadas pueden resultar tan añejos o distanciados; aunque Campillo ofrezca una vitalista mirada al activismo y a las dificultades a las que se enfrenta; una lucha continua como filosofía de vida, como consciente forma de vida que puede fácilmente trasladarse a día de hoy; en el que aunque parece que alzar la voz es más sencillo que nunca gracias a las redes; los poderes del sistema y los gobiernos continúan frenando colocando muros y jugando con la desinformación. Una cinta imprescindible para espíritus idealistas y combativos.