Ser el personaje
El renacido (2015), estaremos todos de acuerdo, es una obra de arte absoluta, mezcla artística de Malick, Ford y Tarkovsky. La dirección, la música, la fotografía, el guion, las localizaciones, la acción, la poderosa e inspiradora historia real en que se basa, las reflexiones que provoca… y, por supuesto, las interpretaciones, justifican este calificativo. Todo está en su sitio. Y todos los actores están perfectamente ubicados y entregados a un rodaje que debió de ser complicado en extremo; Tom Hardy está un paso por delante de todos, y Leonardo DiCaprio, simplemente, fuera de sí. Se llevó el ansiado y merecido Oscar. Pero éste no es su mejor papel.
En cinco ocasiones estuvo DiCaprio nominado al premio de la Academia hasta que, a la quinta, lo consiguió. ¿A quién ama Gilbert Grape? (1993), Diamante de sangre (2006), El lobo de Wall Street (2013) fueron las interpretaciones que aspiraron a la codiciada estatuilla -por no mencionar otros papeles que se quedaron incluso sin una meritoria nominación, como el de Infiltrados (2006), Revolutionary road (2008) o Django desencadenado (2012)-. ¿Todas? No, falta una: El aviador (2004), que es, sin duda, el mejor trabajo que ha ejecutado hasta ahora.
La película es su segunda colaboración con Martin Scorsese tras Gangs of New York (2002), y cuenta la vida de Howard Hughes, el neurótico, obsesivo-compulsivo y traumatizado director y productor de cine de la época dorada de Hollywood, además de un importante industrial e ingeniero que introdujo grandes avances en el diseño y construcción de aeronaves. El personaje perfecto para que lo interpretara su paisano Sheldon Cooper, vamos. La cinta, a su vez, cuenta con unos secundarios de lujo: John C. Reilly, Jude Law, Alan Alda, Alec Baldwin, Kate Beckinsale y, por supuesto, Cate Blanchett, que dio vida a la inconfundible Katharine Hepburn de forma también magistral -ganó el Oscar como mejor actriz secundaria-. El film, además, destaca por la fotografía -también ganadora del premio de la Academia-, que Scorsese se encargó de enfatizar con Robert Richardson para que en los primeros minutos de metraje envolviera la película de esos matices azules tan característicos del Technicolor de la época, todo un prodigio de las formas, una manera inmejorable de crear imágenes y hacer cine. Un auténtico peliculón, en resumen, que no obtuvo todo el reconocimiento que por supuesto merecía; con el tiempo, ocupará el lugar que le corresponde dentro de la filmografía de su autor.
Pero el punto fuerte de El aviador es su interpretación protagonista. DiCaprio se transforma. Muda su piel y cambia su idiosincrasia para ser Hughes. Para ser, sí. Fue él hasta tal punto que guarda incluso un cierto parecido físico. Asimiló su personaje.
Cada gesto, cada mirada, cada histrionismo, cada fobia, cada excentricidad. Cada frase que repite compulsivamente, cada lavado frenético de manos. Refleja a la perfección sus obsesiones mientras rodaba Los ángeles del infierno (1930), su miedo a los gérmenes, sus paranoias conspiratorias, su ambición de volar. Y todo al servicio de la interpretación, todo para darle una capa más de profundidad a su trabajo. Impecable, imprescindible. Un ejemplo de cómo elevar el oficio de actor a la categoría que se merece. Todo él es él. Leonardo DiCaprio es el desquiciado Howard Hughes. Y por increíble que parezca, un trabajo tan envolvente, tan camaleónico, quedó sin recompensa formal, que fue a parar al Ray Charles de Jamie Foxx en Ray.
Hugh Glass, el protagonista de El renacido, es un papel perfectamente ejecutado, canónico, de manual, cargado de la expresividad más sobrecogedora, movido por las ansias de venganza y, finalmente, galardonado; sin embargo, Leonardo DiCaprio fue, en todos los sentidos, aquel visionario perseguido por sus propios demonios al que dio vida en El aviador.