«Una receta familiar»; Entrevista exclusiva a Eric Khoo

Eric Khoo nos lo cuenta todo sobre cine, el sexo y la gastronomía del país más desconocido del sur-este asiático

El aclamado director singapurense dedicaba parte de su tiempo a su paso por el 66º Festival de San Sebastián para hablar largo y tendido de su última película, Una receta familiar, drama que orbita alrededor del viaje de Masato (Takumi Saitoh), joven chef de ramen, a Singapur para encontrar la verdad sobre su pasado y su familia. Ayudado por Miki (Seiko Matsuda), compañera blogger, Masato deberá reconciliarse con su familia singapurense a través del arte que mejor domina – la gastronomía. En la película, las emociones llegarán a su máximo punto de ebullición con la delicadeza de la mejor sopa japonesa.

El director

Eric Khoo sitúa a Singapur en el mapa mundial del cine en 1995. Con su primer largometraje Mee Pok Man (1995), al que seguirá Shier lou (12 Storeys, 1997), se convierte en el primer director de Singapur invitado a los grandes festivales. Be with Me inaugura la Quinzaine des Réalisateurs en 2005 y My Magic participa en Competición en el Festival de Cannes de 2008. Dirige Zhao Wei Films y, además de sus obras como cineasta, produce películas a menudo recompensadas, como 15: The Movie (2003) y Sandcastle (2010). En 2010, el Centro Pompidou de París le dedicó una retrospectiva. El año siguiente, su primer largometraje de animación, Tatsumi, fue seleccionado en la sección Un Certain Regard y presentado en primicia en Estados Unidos en el Museo de Arte Moderno (MoMA). En 2015, dirige dos películas inspiradas en la historia de Singapur: In the Room y Cinema, una secuencia de 7 Letters, una película dirigida por siete cineastas del país. Más información, aquí.

Eric Khoo en su paso por el 70º Festival de Cannes (Foto: Pascal Le Segretain)

El cine singapurense es muy desconocido a nivel mundial. ¿Cuál es el carácter identificativo de vuestra producción nacional?

Para responderte, lo mejor es que te dé un pequeño resumen de nuestra breve historia del cine. Después de la Segunda Guerra Mundial, a finales de los 40, principios de los 50, en Singapur se hacía una enorme cantidad de cine. Eran películas producidas por chinos, dirigidas por malasios y con un equipo técnico mayoritariamente indio. Con tales coproducciones, el presupuesto de las cintas conseguía ser muy elevado y estas acababan funcionando siempre en taquilla. De hecho, es muy irónico porque creo que el presupuesto medio de esa época supera con creces el dinero con el que trabajamos ahora [ríe]. Pero, a raíz de la separación de Singapur con Malasia, un gran número de directores malasios volvieron a su país y la producción del país se sumió en una especie de letargo, hasta por lo menos el fin de los 80. Lo que pasó entonces fue la fundación del Festival Internacional de Cine de Singapur, que atrajo a muchas figuras importantes de la producción cinematográfica del sur-este de Asia y que enseguida se convirtió en algo que tener en cuenta a nivel mundial. Los programadores, que venían de todo el mundo, empezaron a asistir a retrospectivas de lo que había sido la era dorada del cine singapurense. En 1991, yo estaba haciendo la mili y decidí rodar unos cuantos cortos para presentarlos al recién fundado Festival de Cortos, para tener algo con qué matar el tiempo. Aunque gané algunos premios, no sería hasta 1994 que obtuve verdadera visibilidad, con el revuelo que supuso mi primer gran corto, Pain, una historia muy violenta, en blanco y negro, que creo que escandalizó a crítica y público por igual. En aquel entonces en Singapur la censura era aún más radical que ahora y prohibieron su distribución, pero sí pudo competir y consiguió llevarse el galardón a Mejor Película y un Premio Especial de patrocinio, que me permitió conseguir dinero para producir mi primer largometraje, Mee Pok Man (1995). La película viajaría por todos los grandes Festivales y enseñó al mundo que los singapurenses habíamos vuelto al ataque. Con Mee Pok Man, nació algo que aún perdura en nuestro cine, que es una cierta concepción de juego en equipo en proporciones diminutas. Singapur es un país tan pequeño (con tan solo cinco millones de habitantes), que la producción nacional es, se quiera o no, de nicho. Los que llegamos al cine hace años estamos ahora impulsando la creación de los nuevos directores, de forma casi familiar, sin proyectos colosales pero con una originalidad innegable. Innegable porque hemos mamado, lo queramos o no, de la escasez de recursos de una industria pequeñísima, y hemos sabido adaptarnos a ella. El mercado singapurense produce una media de unas diez cintas al año, pero todas ellas tienen ese “algo” que las hace especiales. Sabemos que jugamos en una segunda división, pero fíjate: en 2017 la debutante Kirsten Tan ganó el Premio a Mejor Guion en Sundance y, este mismo agosto, Yeo Siew Hua se llevó el Leopardo de Oro.

Lo que me choca más es que aún tengáis un sistema de censura.

Bueno sí, y además sigue siendo muy estricto. Por ejemplo, si una película tiene contenido religioso, es bastante probable que se le aplique algún tipo de censura. Piensa que en Singapur conviven musulmanes, cristianos, budistas… Y si hay alguna cinta que denuncie o pueda ofender las tradiciones de una de las religiones oficiales, se le pasa tijera inmediatamente, porque lo último que el Gobierno quiere es que haya altercados por una simple película. En cambio, parece que la violencia les da un poco igual.

¿Y con el sexo?

Más o menos, aunque son muy propensos a cortar, sobre todo cuando se trata de relaciones LGBT. Eso lo encuentran bastante sensible. Por ejemplo, de La vida de Adèle (Abdellatif Kechiche, 2013) se cortaron las dos escenas de sexo, unos seis minutos en total, pero también se puso un límite de edad para verla, de 21 años. Y todos sabemos que con 21 años ya se ha tenido oportunidad para llegar al sexo de otras formas, que para eso está internet – y sin tener que pagar entrada de cine.

Josie Ho como la Orquidea Vivaz en «In the Room»

En 2015, también su película In the Room [un potente drama erótico] fue censurada, ¿verdad?

Sí, y es increíble porque, aunque no recortaron nada, el límite de edad sigue estando ahí: 21 años, ¡Cuando se distribuyó en Francia con una clasificación de edad de 12! [ríe]

De su carrera como director, me interesa sobre todo el cambio que ha dado desde un cine más erótico a historias plenamente culinarias. ¿Qué cree que comparten la comida y el sexo, desde un punto de vista cinematográfico?

En realidad, esa es una pregunta que nos hemos planteado junto a mi director de fotografía, Brian Gothong Tan, con quien también trabajé en In the Room. Brian es un excelente profesional, porque también ha dirigido un par de películas [Lucky7 e Invisible Children, ambas en 2008] y varias piezas de teatro experimental. Sin duda, el hombre perfecto para probar algunas cosas nuevas en materia sensorial. De hecho, fue él quien me propuso de trabajar con luz natural en el set de la última escena de Una receta familiar y quien tuvo la idea de hacer todo lo contrario en In the Room – encerrarnos en un plató enorme con todos los elementos lumínicos bajo control. Supongo que, a pesar de estos planteamientos tan diferentes, hay en el acercamiento a los sentidos algo que Brian supo encontrar y que hizo que nuestra comida se viera tan apetecible, de una forma bastante sexy.

Por cómo la representa en la película, es fácil adivinar su afición por la gastronomía singapurense.

La verdad es que yo nunca podría dejar de vivir en Singapur. ¡La comida allí es tan buena! Somos un pequeño puntito rojo en el mapamundi, pero cada año seguimos apareciendo en la guía Michelin, y lo mejor de todo es que nada es demasiado caro. Hay muchísima variedad y, a veces, los mejores platos son los más baratos, como os pasa aquí con las tapas. Lo que sí odio de Singapur es que es un país muy caliente, con una temperatura media de 30-33º todo el año, y con mucha, mucha lluvia. En verano, el bochorno es casi insoportable.

Pues bien que en la cinta aparece gente comiendo sopa caliente… en agosto.

Sí, ¡pero también tenemos restaurantes con aire acondicionado! [ríe] En verano, lo que sí es casi imposible de esquivar son unos mosquitos enormes, que además suelen traer el virus del dengue [una enfermedad parecida a la gripe] consigo y que, por desgracia, adoran mi sangre. Por eso, rodar In the Room fue una auténtica delicia para mí: una semana encerrado en un set con buen aire acondicionado, protegido de la lluvia, la humedad y los mosquitos.

Eric Khoo en una foto promocional de «Una receta familiar».

El otro gran tema de la película es la difícil relación entre Singapur y Japón.

En realidad, hoy en día tan difícil no es. Los singapurenses estamos completamente obsesionados con el país nipón, pero no en este sentido: nos atrae más bien su particular mapa gastronómico. Para que entiendas la tremenda obsesión con la comida japonesa te diré que en los 15 minutos que se tarda en cruzar la isla de una punta a la otra en coche, hay repartidas, por lo menos, 180 tiendas de ramen. 480.000 personas volaron desde Singapur a Japón el año pasado con la única intención de disfrutar de tours gastronómicos por todo el país. ¡Es una auténtica locura! De hecho, cuando la productora Yutaka Tachibana me propuso dirigir una coproducción para conmemorar el 50º aniversario del acuerdo de paz entre ambos países, enseguida pensé: ¿Por qué no tirar de esta afición compartida por la comida japonesa como puente entre países?

O sea, que el conflicto entre países ya es solo cosa de una generación de edad más avanzada.

Sí, entre los mayores de 70 años es muy habitual estar resentido con Japón. Tampoco ha pasado tanto tiempo para simplemente olvidar lo que pasó. El año pasado ya hubo manifestaciones en contra del nombre que se le puso al Museo de la Guerra de Singapur [Syonan Gallery, en referencia al nombre japonés para el estado ocupado] y hay gente que ni siquiera quiere tener un televisor Sony en casa. Con los jóvenes no pasa tanto, claro. Es algo que sabemos que ocurrió, pero que no nos impide convivir con los otros. Por lo que respecta a la relación de Japón con su ocupación, eso es algo que se ha olvidado completamente. De hecho, el actor Takumi Saitoh visitó el Museo de la Guerra antes de trasladarnos allí para rodar y, cuando nos encontramos, se disculpó muy sinceramente por no conocer la envergadura total de la masacre japonesa.

Takumi Saitoh, el joven protagonista, es un actor muy famoso en Japón. ¿Cómo fue trabajar con él?

Pues fue un absoluto placer. Yo conocía de antemano a Tsuyoshi Ihara, que ya había trabajado con él en 13 asesinos de Takashi Miike, y acordamos que sería genial verlos como padre e hijo en esta película. Es un hombre muy profesional pero, a la vez, también muy versátil, muy abierto a colaborar en otros aspectos, como redondear y pulir el guion para que su personaje pareciese más japonés. Eso es algo que me ayudó muchísimo, pues como singapurense no conozco la cultura nipona lo suficientemente bien para diseñar un carácter japonés que no sonara falso. Y fue el mismo Saitoh quien nos dio el contacto con Seiko Matsuda, la co-protagonista femenina y mi gran ídolo de toda la vida. Matsuda es una especie de Madonna del J-Pop, así que cuando nos presentó por Skype fue como ver un sueño cumplido. Y tendríais que haberme visto cuando ella accedió a participar en la película – parecía un crío.

Estreno: 2 de noviembre de 2018 (Avalon)

Takumi Saitoh y Seiko Matsuda en un fotograma de la película.

Mariona Borrull

Mariona Borrull ha escrito 19 artículos en Ciempiés.

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