Frame by frame: La historia del stop-motion

Una de las cosas que da valor a una obra es la paciencia y la delicadeza que se ha empleado en construir el trabajo. A simple vista nos puede llegar a llamar la atención aquella escultura que hemos visto en ese rastrillo de verano, pero realmente nos fascina cuando el vendedor nos informa de que ha sido construido a mano, de manera artesanal.

Vivimos en un mundo en el que estamos acostumbrados a copias exactas y en el que no nos extraña la aparición de un ser sobrehumano en pantalla debido a los enormes avances tecnológicos con los que contamos. Las fábricas elaboran miles de esculturas detalladas en grandes cantidades pero los románticos todavía preferimos aquella pieza original a partir de la que se ha elaborado todo ese arsenal de fabricación mecánica.

El uso del CGI y de los efectos especiales están tan normalizados que ya apenas sentimos la esencia del cine en algunas tomas. Citando a uno de los padres de los efectos especiales del siglo XX, Ray Harryhausen, los efectos especiales han llegado a un punto en el que por perder pierden el sentido de sentirse especiales debido a su normalización en pantalla. Con este reportaje no queremos despreciar los efectos digitales que nos trajeron los años 70 (especialmente llevados a cabo por George Lucas), sino que pretendemos equilibrar un poquito la balanza y recordar el arte de la paciencia, el detalle y la orfebrería.

Es cierto que hace un tiempo elaboramos una guía para iniciaros en el cine centrado en esta técnica, pero hoy recordaremos los inicios y la elaboración a veces olvidada o desconocida para gran parte del público.

Nacimiento e inicios

La historia del stop motion es tan vieja como la aparición del cine en los proyectores, datándose su primera aparición de 1900, en concreto en la cinta The enchanted drawing, en la que podíamos apreciar la técnica utilizada para dar vida a unos dibujos ilustrados en papel. Un stop motion muy precario y más parecido a la animación desarrollada por Disney que por lo que pudimos ver posteriormente.

Años después los dibujos en papel se cambiaron por objetos físicos como cepillos, sombreros o insectos disecados que cobraron vida por unos segundos en Fun at the bakery shop (1902) y El hotel eléctrico (1905). Pero no fue hasta 1933 cuando un King kong animado en la gran pantalla (por Willis O´Brien) inspiró y fascinó al maestro que posteriormente recorrería gran parte del camino, el ya nombrado Ray Harryhausen. Este joven californiano, con la ayuda de sus padres (su madre confeccionaba la ropa en miniatura y su padre construía los esqueletos mecánicos) y con mucha creatividad desarrolló y mejoró las técnicas ya empleadas y como siempre, empezando desde cero.

Concretamente desde su garaje, en el que animaba fotograma a fotograma un proyecto titulado Evolution, en el que explicaba el origen de los tiempos con maquetas de mamuts y dinosaurios. Más tarde este genio de la escultura y el dinamismo nos regalaba obras como It Came Beneath The Sea (1955), en la que un pulpo de seis patas (debido al bajo presupuesto) destrozaba la ciudad de San Francisco, Jason y los argonautas (1963) o la obra que inspiraría al Godzilla asiático, El monstruo de tiempos remotos (1953).

Recordar en todo momento que esta técnica no se utilizaba con la intención de crear un género, sino que era la única alternativa para crear monstruos (o criaturas, como prefería llamarlas Harryhausen) y mezclarlos con la acción real de los actores. Para ello utilizaba veinticuatro fotografías por segundo para dar el dinamismo a los objetos inanimados. Eso, junto con los juegos de cámaras, proyecciones y puntos de vista provocaban un realismo ficticio que aterraba a los espectadores del momento.

Pero los tiempos cambian y lo que en su momento fue una técnica innovadora para muchos estudios terminó de tener preferencia, por lo que a finales de los setenta dejaría el legado a los efectos especiales digitales mostrados en la primera entrega de Star wars: Una nueva esperanza en la que, aunque también aparecen escenas de stop-motion (recordemos esa partida de ajedrez holográfico entre C3PO y Chewbacca) sorprendió a la mayor parte del público por sus efectos a ordenador.

 

Creando escuela

Al igual que el mismo Harryhausen se inspiró en el King kong de O´Brien en 1933, las generaciones que crecieron viendo sus películas bebieron de todos sus trabajos y desarrollaron técnicas y mejoras para el arte del stop-motion. Con su retirada muchos quisieron ocupar ese enorme vacío que dejo el maestro en las pantallas, mezclando el método más tradicional con las nuevas tecnologías digitales. El surgimiento de un movimiento paralelo denominado Claymotion (elaborando formas de plastilina) apareció protagonizando trabajos como los de Wallace and Gromit  o Chicken run (2000). Obras tan icónicas como Terminator, Star Wars, El señor de los anillos, Beetlejuice o Robocop deben muchísimo a lo ya visto a lo largo del siglo XX.

Secuencia de la primera entrega de Terminator

Es obligado destacar el género nacido recientemente que se centra únicamente en las maquetas y muñecos en los que el escenario sobre el que se graba no mide más de tres metros y cuyos animadores son la totalidad del elenco. Aquí podemos mencionar obras ya nombradas en la guía que elaboramos como Pesadilla antes de navidad (1993), James y el melocotón gigante (1996), Fantástico Sr. Fox (2009) o la reciente Kubo y las dos cuerdas mágicas, trabajo elaborado por el estudio dedicado a la técnica, Laika.

Bastan poco más de mil palabras para homenajear a un trocito de ficción y una gran parte del cine, especialmente en el cine del siglo XX. Destacar el trabajo que empezaron personajes tan notables como O´Brien o Harryhausen y dar gracias a aquellos que tomaron el relevo como Henry Selick, el estudio Laika, la participación puntual de grandes directores (como en el caso de Wes Anderson) o los que tomaron la plastilina y realizaron tanto películas como cortos de animación. Dar gracias a aquellos que decidieron tomar el camino más creativo y quisieron ilusionarnos fotograma a fotograma.

 

Javier Sólvez

Javier Sólvez López ha escrito 219 artículos en Ciempiés.

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