«La douleur»: Marguerite, tú tampoco has visto nada en Hiroshima

Durante la segunda jornada de Festival, la Sección Oficial sorprendió con este film sobre la media sobre el dolor y los entresijos de la memoria de la mano de Emmanuel Finkiel y su gran actriz, Mélanie Thierry.

Sinopsis

«Al encontrar dos viejos cuadernos en una caja olvidada, Marguerite Duras recuerda su pasado y el insoportable dolor de la espera. En la Francia ocupada por los nazis de 1944, la joven y brillante escritora participa activamente en la Resistencia junto con su marido, Robert Antelme. Cuando Robert es deportado por la Gestapo, Marguerite se embarca en una lucha desesperada para conseguir que regrese. Entabla una inquietante relación con el colaboracionista Rabier y corre grandes riesgos para salvar a Robert, en un juego del ratón y el gato con impredecibles encuentros por todo París. ¿Rabier quiere realmente ayudarla? ¿O está tratando de obtener información sobre los grupos clandestinos anti nazis? Finalmente la guerra termina y las víctimas regresan de los campos, un periodo insoportable para ella, una larga y silenciosa agonía tras el caos de la liberación de París. Pero ella continúa esperando, encadenada al tormento de la ausencia, incluso más allá de la esperanza».

Corremos, a destiempo, por el campo de la memoria

En el mundo hay gente a la que le gusta bañarse en las placenteras aguas del dolor. La Marguerite Duras de dentro y fuera de la película era una de ellas. Duras, insobornable exploradora de lo más recóndito del alma humana, parece una protagonista natural para el director de un nuevo film (¿biopic?, ¿drama?) para Emmanuel Finkiel, Premio Jean Vigo el año pasado por Je ne suis pas un salaud, y formado como ayudante de dirección de Krzysztof Kieslowski. Finkiel, pues, no es un extraño en el vasto páramo de la memoria y del dolor humano, y no duda a jugar en casa con una portería de tamaño Lilliput, escogiendo una maravillosa fuente literaria, centrada en un tema que conoce bien, como base para su guion.

Son las mismas palabras de Duras las que inician la epopeya y deshilan la narrativa interior durante todo el relato, y la estela de la escritora detrás de las páginas que dieron a luz a la película nunca acaba por desaparecer. Palabras duras, que miran a la verdad de frente, a la vez que desgarran los tejidos en búsqueda de una respuesta definitiva: ¿Cuál es el límite?, ¿Hasta cuándo podré sufrir?. Ante una fuente tan potente, el paso realmente importante era desligarse, en calidad de película, de su origen literario. Trasladar palabra-emoción a imagen-emoción. Y aquí es donde Finkiel recula, por admiración o por cobardía, tal vez por ambas.

Benoît Magimel, el inextricable policía de la Gestapo.

Porque, si bien la película apuesta por mecanismos netamente cinematográficos (sonido, montaje, foco) en las secuencias que se abstraen en una completa introspección, nunca logra deshacerse de la (maravillosa) carga de las palabras de Duras, que se vuelven reiterativas cuando se sobreexponen a unas imágenes valiosas por sí mismas. En materia de dirección, Finkiel tenía dos opciones, sobradamente conocidas por sus referentes,: ora podría haber apostado por una narración a partir del detallismo y la emoción tácita de su maestro Kieslowski en Azul (1993), ora podría haber consumado un ejercicio de asociación libre entre imagen y palabra como el que Alain Resnais en su Hiroshima mon amour (1959), película a la que se vuelve constantemente. Aun así, en lugar de escoger uno de los dos métodos para desarrollarlo en su propio terreno, el film prefiere dejar al texto, a la voz de Duras hablar, literalmente, durante todas las escenas de introspección abstracta, y en su sobreposición las imágenes acaban por perder todo el fuelle que podían tener.

A pesar de esto, el film constituye un muy buen ejercicio de punto de vista, de introspección, cámara serpenteante por pasillos de la memoria, al estilo de la mejor Mercè Rodoreda. También de exploración íntima por los recovecos de un tiempo interior, muy diferente al del mundo que rodea a los personajes. Ese tiempo personal, abstacto, refugio del recuerdo y la emoción. ¿Acaso sabemos cuánto duran nuestras ensoñaciones?. Muy pocos directores saben manejarse bien fuera de las minutas del reloj, algo que Finkiel logra sin problemas.

Pero el gran arma del que dispone la cinta es, sin duda alguna, la colosal Mélanie Thierry y su interpretación impecable de la sufrida escritora. Thierry, que ya había trabajado con el director en Je ne suis pas un salaud, se come la pantalla, como Juliette Binoche o Emmanuelle Riva hicieron en sus días, en un film hecho a medida para su lucimiento. Y, aunque sus compañeros de cast lleven bien sus personajes (o muy bien, en el caso de Benoît Magimel), ella destaca como nunca. Una servidora espera verla en Au revoir là-haut, lo más nuevo de Albert Dupontel para este mismo Festival.

En conclusión, la introspección por los lares de la memoria llevada con buena mano por Finkiel-Thierry, aunque le faltaría un pasito más para ser tan potente como su fuente literaria. Y es larguísima.

Mariona Borrull

Mariona Borrull ha escrito 19 artículos en Ciempiés.

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