Gens teje en La piel fría una adaptación directa que obvia mucha profundidad de la novela original escrita por Sánchez Piñol
El galo Xavier Gens se encarga de adaptar la novela fantástica más célebre de Albert Sánchez Piñol, La piel fría. Una superproducción hispano-francesa que ofrece un impecable y clásico diseño pero que resulta fría en la adaptación de todo el espíritu y las ricas reflexiones que la obra maestra narrativa de Piñol contiene en sus páginas.
Un hombre llega a una remota isla para estudiar sus fuertes vientos, aposentándose en una solitaria cabaña. Allí sólo encontrará la compañía de un farero ermitaño y autoritario que tiene recluida como mascota, amante y esclava a una anfibia. Un faro que se defiende de los numerosos ataques nocturnos de la misteriosa especie anfibia mientas la relación de ambos hombres se irá tensando por sus diferencias en los principios y en la relación con la anfibia.
Tras su entrada en el mundo del cine desde la radicalidad del fantástico francés junto a compatriotas como Alexandre Bustillo, Julien Maury o Pascal Laugier con su célebre debut Frontière(s), Gens rueda ahora en España una de las producciones fantásticas más esperadas del año y una de las más ambiciosas de nuestra cinematografía.
Adaptación ligera
Gens teje una adaptación directa que obvia mucha profundidad de la novela original en la relación entre ambas especies o subtramas como la tensión sexual y la trama de romance con la anfibia; una adaptación cuidada en su diseño y con aires de gran producción y pretensiones, pero que resulta fría, breve y precipitada en ciertas capas del relato y pierde gran parte de los temas humanistas y universales que la célebre novela propone.
Ante tanta frialdad el dibujo de los dos personajes humanos de La piel fría resulta poco interesante y las interpretaciones justitas tanto de Ray Stevenson como David Oakes no aportan demasiada vida. Cabe destacar eso si la emotividad y empatía que nos genera la anfibia, encarnada por nuestra Aura Garrido; víctima del odio, la violencia machista y la autoritaria superioridad moral (impuesta) del farero.
Lo peor es que el profundo estudio sobre las tragedias del hombre para el hombre que Piñol sazona en la novela homónima – hablándonos de racismo, colonialismo y violencia sexista entre otros – se aligeran a una cinta de noventa minutos cuidada pero fría de corazón. A destacar el fiel y clásico diseño de producción y de arte, obra póstuma del gran Gil Parrondo, al que se le dedica con aprecio el film en sus créditos finales.