Cada una de las películas de Michael Moore es una patada en la boca que, en lugar de romperte los dientes, te rompe tus esquemas mentales. Especialmente si eres estadounidense. Aunque, después de ver su última producción, también te los rompe si eres europeo, especialmente si eres griego, italiano, portugués o español.
Where to invad next es un documental que, por encima de todo, es una llamada a la protección de los derechos sociales que los ciudadanos han conseguido a base de movilización y conciencia social. Unos derechos que en Estados Unidos se han perdido debido a la privatización de servicios públicos y que en Europa, mientras se negocia el TTIP, también están en serio peligro de extinción.
Quizá conocer las noticias de las opacas negociaciones de ese tratado tan polémico, además de otras vergüenzas como la gestión de la crisis humanitaria de los refugiados que huyen de la guerra de Siria, provoque que la visión que aporta Moore al público estadounidense sobre Europa tenga un sabor amargo a excesiva idealización. Sin embargo, el hecho de ver a Moore viajando por Europa y verle flipar con los derechos a las vacaciones pagadas, la sanidad universal, o el acceso gratuito a la universidad te recuerdan que una vez Europa tuvo un sabor a libertad mucho más dulce que el que tiene ahora, podrido por traicionar esos principios que desde 2008 se ha empeñado en contradecir.
Sin embargo, y volviendo a esa obsesión sistemática de Moore por romper nuestros prejuicios sobre las culturas y países que sólo conocemos por la televisión, es muy interesante escuchar la charla sobre la pena de muerte que mantiene el estadounidense con uno de los padres que perdió a su hijo en la matanza de Utoya, o cómo el movimiento feminista consiguió traer el cambio político a Túnez en 2014, al igual que la huelga de cuidados de 1975 lo consiguió en Islandia, donde también se atrevieron a juzgar a sus banqueros y especuladores.
Por otro lado, quizá se haga un poco pesado el film por su duración, pero es Michael Moore, tiene la pasta para hacerse unos viajes tan complejos (chapó por su equipo de producción) y el ingenio para contar la historia provocándote ataques de risa en cada bloque. Si el film matizara todos los peros que tiene esa Europa tan guay y super avanzada en derechos sociales que le gusta mostrar al público estadounidense ya sería un documental perfecto. En cualquier caso, es un muy buen recordatorio de todos los avances que hemos conseguido y una llamada a que nos organicemos colectivamente para que no nos los roben.