Oradores valientes

El cine, como reflejo de la vida, abarca todos los temas posibles. Satiriza, encumbra o hunde a los protagonistas de sus historias. Hace que sintamos repulsión, fascinación o asombro por ellos. El cine, como observador receloso y atento de la historia, ha retratado a sus personajes de forma más o menos acertada. Hoy nos ocuparemos de los discursos, de grandes cicerones del cine, que no son otros que los gigantes James Stewart y Charles Chaplin en sus películas Caballero sin espada (1939) y El gran dictador (1940).

Caballero sin espada

La película inabarcable. La película total, que engloba todo, desde política hasta periodismo pasando por ética y retórica. La película aristotélica, podría decirse. Frank Capra -director responsable de la realización del que probablemente sea el mejor guion de la historia de Hollywood: Arsénico por compasión (1944)- nos cuenta la historia del iluso senador, elegido en un pequeño pueblo americano para defender sus intereses, que se topa con toda una red de corrupción que choca de frente con su idealismo inicial. Esta trama ha servido como referente en innumerables ocasiones -hasta en Los Simpson, y es de sobra conocido que si algo sale en Los Simpson es bueno-.

Es una obra maestra en todos los sentidos, pero hoy queremos destacar el genial e interminable discurso que Jefferson Smith (Stewart) se ve obligado a dar para obstruir la aprobación de una ley que perjudicaría a su ciudad natal, defender la democracia que en la que él cree y que parecen haber olvidado los demás políticos y para destapar el complot corrupto que se ha ido enredando a su alrededor. Final moralizante a parte, a parte, muy típico de la época, la locución de Smith es una bofetada en plena cara: «Supongo que esto es sólo otra causa perdida», le dice, frente a frente, a su contrincante, «y usted solía decir que éstas eran las únicas por las que merecía la pena luchar». «¡Y yo voy a quedarme aquí luchando por esta causa perdida, a pesar de todas las mentiras de esta sala!», dice antes de derrumbarse en el suelo del Senado, rodeado de mensajes de ciudadanos que le muestran su apoyo.

Un peliculón que quedó relativamente olvidado en las galas de premios: sólo se llevó el Oscar a la mejor historia. Luchó contra gigantes. En 1939 se estrenaron también obras como Lo que el viento se llevó, de Victor Fleming, George Cukor y Sam Wood, película monumental en todos los sentidos, Ninotchka, de Ernst Lubitsch, La diligencia, de John FordEl mago de Oz, de Victor Fleming o Los violentos años veinte, de Raoul Walsh. Un buen año para el cine.

El gran dictador

La sátira paradigmática. Una de las películas más valientes de la historia del cine –Ser o no ser (1942) también de Lubitsch y Roma, ciudad abierta (1945) de Roberto Rossellini, que con una de las obras más crudas del neorrealismo italiano consiguió enamorar a Ingrid Bergman, ahí es nada, son otros ejemplos de esta línea de osadía-. Ridiculizar a Adolf Hitler y Benito Mussolini en aquellos años no era algo fácil, y hacerlo de tal forma que la imagen del sátrapa germánico indisoluble de la de Charles Chaplin caracterizado es aún más difícil.

El genio consiguió otra genialidad. Las tropas del dictador antisemita de la ficticia Tomania confunden a su líder con un barbero judío que guarda un tremendo parecido con él, convirtiéndolo en su tiránico referente y  encerrando al autócrata auténtico en un campo de concentración. Así, hizo una película capaz de derribar la muralla propagandística nazi, algo casi imposible en aquella época, con una obra que no sólo ha trascendido su tiempo por su calidad, que también, sino por el emotivo, conmovedor y brillante discurso que el protagonista pronuncia al final de la historia. «No os entreguéis a ésos que en realidad os desprecian, os esclavizan, reglamentan vuestras vidas y os dicen qué tenéis que hacer, qué decir y qué sentir. Os barren el cerebro, os ceban, os tratan como a ganado y como carne de cañón. No os entreguéis a estos individuos inhumanos, hombres máquina, con cerebros y corazones de máquina. Vosotros no sois ganado, no sois máquinas, sois hombres. Lleváis el amor de la humanidad en vuestros corazones, no el odio. Sólo los que no aman odian, los que nos aman y los inhumanos», dice Chaplin detrás de los micrófonos ante su estupefacta audiencia, «luchemos por el mundo de la razón. Un mundo donde la ciencia, el progreso, nos conduzca a todos a la felicidad».

Y así se termina una película, una gran película.

Igualmente, la obra quedó relegada a un segundo plano para las academias. Rebeca, de Alfred Hitchcock, John Ford, por Las uvas de la ira y James Stewart, por Historias de Filadelfia le arrebataron los premios. También un gran año para Hollywood.

El cine ha dado otros muchos grandes discursos en grandes obras. Braveheart (1995), Gladiator (2000), El retorno del rey (2003), La lengua de las mariposas (1999), Un domingo cualquiera (1999), cómo no, Bienvenido, Míster Marshall (1951)… son grandes ejemplos, cada uno en su género. Pero hoy nos quedamos con los más significativos de una época difícil. Seguiremos atentos.

Guillermo García Gómez

Guillermo García Gómez ha escrito 47 artículos en Ciempiés.

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