Sobre Christopher Nolan, “Dunkerque” y el poder de la imagen
Soy de la opinión de que una palabra vale más que mil imágenes, y no al contrario. Una imagen aislada, sin palabras que la acompañen, salvo raras excepciones, carece de información y puede estar sujeta a todo tipo de interpretaciones, algo que no ocurre con una única palabra, una palabra exacta, que aporta justamente lo que debe aportar.
También pienso que Christopher Nolan es un director sobrevalorado, un autor de taquillazos sin fundamento más que de buenas películas con contenido, que cuenta, eso sí, con un gran manejo de la técnica y la narrativa. Pero, en general, y antes de nada debo apuntar que no he visto Interstellar (2014) y que Memento (2000) me pareció una buena obra, una rara avis, por así decirlo, en su filmografía, Nolan me decepciona.
Origen (2010) es, simple y llanamente, una película inconclusa, no solo por su final, sino por su planteamiento, y no alcanzo a entender cómo se la puede considerar un clásico moderno o como quieran llamarlo, porque, a mi modo de ver, le falta algo, o más bien todo; la trilogía de Batman, y prevengo de que no soy muy fan de este personaje, es petulante y excesiva antes que profunda y moral -creyendo, por otro lado, sinceramente, que cumplen con creces las funciones de cintas de acción y entretenimiento y que Heath Ledger hace un muy buen papel como el Joker-, porque intentar dotar a un justiciero enmascarado con la enjundia filosófica de un guion de Ingmar Bergman es injusto tanto para las pretensiones de Nolan como para la herencia del director sueco: para dar hostias no hacen falta tantas ínfulas existencialistas, que se acaban diluyendo entre coches de lujo, explosiones y las orejas puntiagudas y las mallas del disfraz de Bruce Wayne.
Pero sucede que Dunkerque (2017), la última película del director británico, me ha convencido de lo contrario en ambos sentidos.
Apenas hay palabras en la cinta, pero las imágenes que el director británico nos muestra, imposibles de malinterpretar, poseen una fuerza desbordante capaz de sobrecoger al espectador, de agarrarlo del cuello con toda la crudeza de la guerra e impedir que aparte los ojos de la pantalla durante el metraje.
Imágenes inolvidables que plasman con poderío, con todo el ímpetu que permite el cine, la retirada, en 1940, de más de 300.000 soldados ingleses de las playas de Dunkerque, uno de los episodios más llamativos de la Segunda Guerra Mundial. Imágenes que logran mantenerte en tensión, que consiguen sumergirte en esta historia hasta el punto de que parece que eres tú uno de los jóvenes reclutas que pugnan por escapar del asedio del ejército nazi en un mal momento para estar en el continente.
Y, a diferencia del resto de sus producciones, Dunkerque no es una película grandilocuente. Al contrario. Nolan ha pretendido hacer de una cinta bélica una historia intimista. Y lo ha conseguido, porque en la desesperación salen a relucir los rincones más oscuros de la conciencia de los seres humanos, y una retirada masiva de tropas es una oportunidad increíble para reflejarlo, y así sucede, y cuando no hay salida, se busca, aunque sea a costa de los demás. Y esta película sabe sacar partido de estos momentos, mostrándonos las más impías consecuencias que una batalla tiene para sus participantes.
Como he dicho, el punto fuerte de este director es la narrativa, y aquí vuelve a serlo. El argumento está divido en tres partes cronológicamente diferentes, a saber, la historia de los soldados que esperan durante una semana en la playa de Dunkerque, la de la familia que acude al pueblo para ayudar en la evacuación y que pasa un día en el mar, y la de dos unidades de apoyo aéreo, que, durante una hora, supervisan la llegada de los barcos ingleses, que finalmente se incardinan. Y cada línea guarda el mismo interés que el resto, cada vicisitud que las circunstancias hacen atravesar a los protagonistas es igual de electrizante y emocionante. Además, la música, compuesta por Hans Zimmer, un continuo tictac de reloj, encaja a la perfección con la historia global, hasta el punto de casi llegar a conformar otro argumento más gracias a su don de acelerar los ritmos cardíacos y de poner los pelos de punta de la pura tensión -atención a la secuencia en la que los personajes de la trama de la playa intentar llevar a un herido al primer barco de evacuación, cuyo obsesivo compás, y estas son palabras mayores, es digno de Psicosis (1960)-.
Debido a este lenguaje cinematográfico, las interpretaciones de los actores en Dunkerque pierden importancia en detrimento de las imágenes, pero también encaja, porque el argumento así lo pide. A pesar de ello, Nolan se rodea de actores de renombre, como Cillian Murphy, Tom Hardy, Mark Rylance o Kenneth Brannagh, quizá este actor sea el que más ha logrado su papel, o el papel que más ha exigido a su actor, por el porte y la actitud castrenses que requería, para encarnar a sus personajes, y de caras jóvenes y menos conocidas, todos perfectamente caracterizados -y perfectamente doblados, pues en las escenas en las cabinas de los aviones, los actores de doblaje impostan los temblores propios de los vaivenes de un aeroplano de batalla- para dar vida a las múltiples historias de esta gran historia.
Siguiendo con este aspecto, Dunkerque, para cerrar su perfecto círculo narrativo, cuenta con un guion que parece sacado de las películas propagandísticas de la época. Sus protagonistas son arquetipos, que no estereotipos, que cumplen una función determinada: el cobarde, o realista, soldado huido que no quiere volver a la playa, el patriótico hombre que se juega la vida para ayudar a su país, el valeroso piloto que arriesga todo para salvar a los combatientes evacuados, el superior abnegado que se queda en la costa esperando a más contendientes ingleses… En cierto sentido, este filme es todo aquello que Casablanca (1942) no nos contó, las imágenes de guerra que nos escatimó. Esta última estuvo pensada para enardecer sentimientos, la cinta de Nolan, en cambio, está hecha para recordarlos.
El director británico ha firmado su mejor película –y por supuesto su mejor escena: la de los tres jóvenes soldados contemplando, en silencio, cómo un hombre desesperado avanza desesperadamente hacia el mar por su propio pie, intentando adelantarse a lo inevitable-, sin más, y, en mi opinión, la segunda mejor en lo que va de 2017, solo superada por la insuperable La la land. Con este largo, Nolan ha conseguido sobreponerse a la alargada sombra de sus anteriores taquillazos banales para ofrecernos auténtico contenido, para brindarnos la oportunidad de explorar este singular episodio de la Segunda Guerra Mundial con una agobiante experiencia de puro cine.
Cuando salgo de la sala, habitualmente tengo la reconfortante situación de estar en otro mundo; cuando terminé de ver Dunkerque, por el contrario, mientras me dejaban de temblar las manos, daba las gracias por permanecer en este y porque la Historia fuera como ha sido.