Tras la sexual y animalesca visión psiconalista de la pareja en la anterior Mis escenas de lucha, Jacques Doillon aborda ahora la figura del genio escultor Rodin
Presentada con críticas tímidas y negativas en la Sección Oficial de Cannes 2017, el laureado actor Vincent Lindon encarna con tosco hieratismo la figura de Auguste Rodin; padre de la escultura moderna y filme en el que Doillon busca exponer tanto el espíritu y proceso artístico y de trabajo de Rodin como una importante fase en su vida, contando la tormentosa relación con Camille Claudel y su ansiedad por un reconocimiento frente a su obra.
Tras la sexual y animalesca visión psiconalista de la pareja en la anterior Mis escenas de lucha, Jacques Doillon aborda ahora la figura del genio escultor Rodin y su vida desde la propia visión y estado de ánimo del artista; comenzando el filme con Auguste ya en la cuarentena y desarrollando el ambicioso encargo de La puerta del infierno, inspirada en la Divina Comedia de Dante y en versos de Las flores del mal de Baudelaire. Lo que se nos presenta como un biopic no convencional que aborda el proceso artístico y método de trabajo del escultor – con la creación y polémica que suscitó su estatua de Balzac como centro del relato – termina cayendo en lo académico al no saber conectar su retrato artístico y el sentimental del personaje añadiéndose a ello un contemplativo ritmo y pesadas dos horas de duración.
Más acertado cuando el proceso artístico y sus angustias e inquietudes en el trabajo salen en primer plano que en el dibujo de su relación con su alumna y ayudante Camille Claudel, artista escultora reivindicada y de talento igualable al de Rodin, encarnada por la joven actriz Izïa Higelin; o con su pareja pública Rose (Séverine Caneele) y como lidiaba con las continuas infidelidades y actitudes del artista. Tres o cuatro elementos narrativos que no llegan a entrelazarse con eficiencia, buscando abarcar más temas de los necesarios y que termina por convertir en convencional su retrato sobre el artista desde un tono pesado y aburrido que pierde al espectador en el que sólo vale destacar la fidelidad con la que se retrata el taller, diseños y la época de vanguardia artística y la fotografía de Christophe Beaucarne.