«Oro blanco»: mujer con causa
Inga, una agricultora de mediana edad, se rebela contra la poderosa cooperativa local
El 26 de junio es el día de la apertura generalizada en nuestro país. Entre los estrenos, ha dado la caprichosa casualidad de que dos películas venidas de la fría cinematografía de Islandia compartan cartelera: Un blanco, blanco día y la que nos incumbe, Oro blanco. Ambas, no sólo comparten una austera puesta en escena y una construcción protagonista del paisaje casi como transfiguración de la soledad y la psicología de sus protagonistas, si no incluso comparten el ser viudo/a como detonante para liberarse o sacar dudas y cuestiones que hasta ahora habían sido contenidas.
Si la película de Hylnur Palmason (de la que tenéis mi opinión en la primera de mis crónicas del D’A 2020) juega con los códigos del thriller para reflexionar sobre la violencia y el duelo; la de Grímur Hákonarson, el director de la muy recomendable Rams: El valle de los carneros, nos ofrece un relato feminista en el que esta mujer granjera hecha a si misma decide, tras el misterioso suicidio de su marido, tomarlo como incentivo para luchar contra la poderosa y asfixiante cooperativa que domina a todos los granjeros del pueblo.
Excelentemente interpretada por Arndís Hrönn Egilsdóttit, Inga se convierte en heroína sin capa y en la única que se atreve a alzarse y buscar alternativas al proteccionismo y monopolio de la cooperativa. Una especie de Frances McDormand en Tres anuncios en las afueras que se enfrenta a la dificultad de cambiar el “statu quo” con el espíritu del cine de Elia Kazan (La ley del silencio). Aunque algo más de fuerza con el drama que plantea y la complejidad psicológica de su protagonista no hubiera venido mal, una mayor complejidad psicológica sobre su protagonista; algo que Un blanco, blanco día construye con más originalidad y valentía.