«El hijo de Saúl»: El Holocausto tras la estética

Nota:

La Segunda Guerra Mundial y los horrores de los campos de concentración son temas que se han repetido hasta la saciedad en innumerables películas, mostrándonos puntos de vista diferentes, o al menos intentándolo. Desde los más formales y maniqueos, como si fuese necesario advertirte quién es el malo, al más puro estilo Disney, en La lista de Schindler (Steven Spielberg, 1993), pasando por otros más serios, crudos y agónicos como El Pianista (Roman Polanski, 2002), hasta los que  reinventan la historia de forma acertada y sin cortarse un pelo como hizo Tarantino en su Inglourious Basterds (2009).

Géza Röhrig (derecha) protagonista absoluto del film.

En El hijo de Saúl, el debutante en la dirección en gran pantalla tras varios cortometrajes, Lázsló Nemes, nos propone un arriesgado punto de vista del Holocausto por medio de tres recursos estéticos: el uso de un formato de pantalla en 4:3, la cámara en mano y el desenfoque de fondos durante la mayor parte de la cinta. Esto, junto a varios planos secuencia con uso de travelling que nos retraen a la Nouvelle Vague francesa, dotan a la película de un aspecto innovador en cuanto a la forma de narrar. Nemes no busca dar respuesta a lo que lleva al hombre a acometer atrocidades con sus semejantes, sino que se aleja de los cánones clásicos y se sumerge en la conciencia del espectador mostrando la soledad del individuo ante el horror en primera persona de manera literal.

Géza Röhring, poeta y actor televisivo en su país a principios de los ’90, interpreta a ese individuo que ha de enfrentarse en solitario a los terrores de la guerra. Saúl, un judío húngaro que es obligado a trabajar en los crematorios de Auschwitz y cuya moral se verá en gran parte afectada al tener la “suerte” de no correr el mismo destino que muchos de sus compatriotas. Con ello tratará de buscar la redención y, de paso, la libertad.

Géza Röhrig como Saúl en un fotograma de la cinta.

De ese modo, acompañamos al protagonista en todo momento, como un prisionero más, pero sin que ello contribuya a vernos envueltos en la historia. Nunca conseguiremos dilucidar más allá de lo que el protagonista ve, por medio de ese desenfoque de segundos planos que nos transmite el horror de manera sutil aunque con la misma intensidad. Nunca veremos un primer plano de la tragedia, pero el miedo y el dolor se intuyen a través de los sonidos y silencios que son la banda sonora del film.

Nos encontramos ante una neutralidad del espectador hacia los hechos que podría molestar a cierto sector del público y sin embargo no es una película que se rinda ante la estética, puesto que es la forma precisa, sin concesiones ni trucos efectistas, de contarnos una historia que no pilla de sorpresa a nadie.

El hijo de Saúl es una película complicada de ver, tanto por el modo de narrar como por el tema, pero efectiva en cuanto al tratamiento del mismo, que sirve de igual manera como crítica a todas las proyecciones que pasan por encima el Holocausto y nos acaban contando batallitas entre buenos y malos.

Gabriel Martínez Ruibal

Gabriel Martínez ha escrito 143 artículos en Ciempiés.

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