«El hilo invisible»; Paul Thomas Anderson confirma su perfeccionamiento en esta bella, malsana y elegante historia de amor y crueldad
Anderson ofrece un turbulento melodrama sobre las obsesiones del artista, exigente para el espectador, de abrumadora belleza y dirección; tejiendo una atmósfera misteriosa y fascinante
Siendo uno de los cineastas más vanagloriados e interesantes del cine posmoderno, el estadounidense Paul Thomas Anderson ha ejercido desde su obra maestra Pozos de ambición (2007) una depuración y perfeccionamiento en el tratamiento escénico y estético de sus filmes que le entroncan ya a la maestría de Kubrick; ofreciendo obras magnéticas, extrañas y exigentes que magnifican el cine como medio artístico y narrativo; tejiendo una historia de amor de obsesiones emotivas “hitchcockianas” de una modernidad radical dentro de su clásica elegancia.
Ambientada en el Londres de los años 50, en plena posguerra de la Segunda Guerra Mundial; la cinta sigue a Reynolds Woodcock (Daniel Day-Lewis) un artista metódico y perfeccionista dentro de su rutina como diseñador y sastre que verá como su existencia se verá transformada cuando conozca a Alma (Vicky Krieps), una camarera que se convertirá en su musa y amante; conviviendo en la casa y taller del sastre junto a su hermana (Lesley Manville), tejiendo desde esa convivencia un extraño juego de poderes entre ellos en el que Alma busca destapar el escudo del maniático déspota Reynolds.
Anunciado por el propio Anderson, Reynolds es un personaje levemente inspirado en el esquivo y perfeccionista diseñador vasco Balenciaga; un hombre solitario, adicto y entregado a su arte como diseñador como forma de vida. Lo que en un inicio parece una historia de amor clásica entre el artista y la nueva musa – fascinante revelación llamada Vicky Krieps – va alterándose en su segunda hora en un inquietante, misterioso y bellísimo juego de poderes, en el que la crueldad se cierne como elemento para conformar una turbadora armonía en el romance y la convivencia en pareja.
Rompiendo los aires de genio del diseñador, Reynolds comienza a tejer un comportamiento entre la fragilidad infantil y el cinismo gruñón de un viejo prematuro desde la llegada de Alma ofreciendo una perturbadora dependencia mutua en la relación de pareja; construida siempre desde un perfeccionamiento visual y artístico abrumador, de atmósfera malsana, angustiosa y fascinante en la que el trabajo visual de Anderson y la banda sonora de Jonny Greenwood conforman una simbiosis rupturista y de abrumador equilibrio.
Daniel Day-Lewis vuelve a colaborar con Anderson – en la retina para siempre su interpretación en Pozos de ambición – en la que él ha anunciado como su última interpretación antes de su voluntaria retirada del oficio de actor; tejiendo una interpretación llena de magistral sutilidad y, en el que su interacción con las dos partenaires femeninas; confirman el tremendo ejercicio de misterio que Anderson cuece con exigente fuego lento – memorable la inquietante y climática secuencia de la tortilla -, con un perfeccionamiento y elegancia visual abrumador.
Anderson ofrece un turbulento melodrama sobre las obsesiones del artista, exigente para el espectador, de abrumadora belleza y dirección; tejiendo una atmósfera misteriosa y fascinante para relatar una poderosa y cruel historia de amor, un equilibrio y armonía turbadora entre el melodrama clásico, el suspense y relato gótico aderezado por una radical modernidad. Una obra mayor, que sigue confirmando a Paul Thomas Anderson como un magistral cineasta, inefable y a contracorriente del condescendiente cine actual. Una obra por la que dejarse abrumar ante tal dominio del relato y del lenguaje que confirma los grandes valores del cine como apasionado medio artístico.