«Cold War»; Pawlikowski fascina con su bello blanco y negro en un triste y pasional «amour fou» en la convulsa Polonia soviética
Pawel Pawlikowski brinda en Cold War uno de los largometrajes más bellos del año en una recuperación formal de la eṕoca dorada del cine polaco de los 60 y con una historia pasional y romántica aderezada por un precioso jazz de fondo
Elogiada en Cannes donde Pawel Pawlikowski se alzó con el premio a la Mejor Dirección; el cineasta polaco mantiene las bellas marcas estilísticas de su anterior filme Ida. Situándonos en la Polonia soviética de los años 50 y siguiendo los encuentros y desencuentros de una pasional pareja de músicos que busca adaptarse y sobrevivir dentro de ese cambiante contexto.
Pawlikowski nos sitúa en la Polonia de posguerra en 1951, Wiktor (Lukasz Zal) e Irena (Agata Kulesza) son una pareja de musicólogos que recorren los pueblos rurales en busca de canciones populares que después versionarán en un espectáculo para una compañía teatral y de danza con la que harán una gira exitosa por los países soviéticos. En ese grupo, Wiktor se enamorará de Zula (impresionante Joanna Kulig), una joven y talentosa cantante y bailarina con la que mantendrá un hermoso romance y con la que se promete una huida hacia París fuera del régimen estalinista. Aunque al final Zula no aparecerá y Wiktor pasará la frontera sólo.
Pawlikowski ofrece una construcción estética y narrativa que mantiene las virtudes que tantos elogios le brindó en Ida – bello blanco y negro y formato cuadrado en 4:3, que deja mucho aire por encima de los rostros de los personajes – y vuelve a trasladarse desde una historia de individuos como cronista de la gris Polonia estalinista desde una apasionada historia de amor sobre dos supervivientes que están destinados a encontrarse pero también condenados a separarse.
Es más que destacable la maestría del relato elíptico por parte de Pawlikowski; la facilidad con la que recupera la esencia de aquella París brumosa o de una fría Polonia rural. Colaborando de nuevo con Lukasz Zal en las labores de fotografía, construyendo un filme rebosante de pasión, tristeza y poética que la convierten en una de las propuestas más bellas del año.
Es realmente hermoso y relevante el peso de la música Jazz en el filme, a partir sobretodo de una canción (cantada por Kulig en polaco y en francés) que sirve de leit motiv de la historia de amor entre Wiktor y Zula y como el cineasta revisita de nuevo un romance de claro espíritu atormentado, trágico y clásico. Un bellísimo y duro amour fou que revitaliza el cine polaco desde las formas de su época dorada y confirma a Pawlikowski como uno de los autores más en forma del cine europeo actual.