«Buenos vecinos (Undir trénu)»; gélida comedia negra venida de Islandia que funciona en su contundente crítica a los más oscuros y maquiavélicos pensamientos de las sociedades más bienestantes
Acostumbrados en estos muy activos últimos años de cine islandés a que nos relaten filmes más situados habitualmente en el drama rural o en el retrato humano y familiar
Llega a los cines otra propuesta surgida del lejano y pequeño país escandinavo de Islandia, confirmando su plena forma en el séptimo arte con esta gélida y extraña comedia negra sobre los infiernos de las sociedades bienestantes y la condición humana representadas en dos familias que, desde un elemento anecdótico sacarán su peor versión maquiavélica, y con ello a la maldad y la desidia más primaria y egoísta.
Acostumbrados en estos muy activos últimos años de cine islandés a que nos relaten filmes más situados habitualmente en el drama rural o en el retrato humano y familiar, es sorprendente e incluso exótico que esta vez nos llegue la que a primeras resulta ser una muy negra tragicomedia que sigue los sucesos y situación actual de dos matrimonios que se verán expuestos a lo peor de ellos mismos y su egoísmo a partir de la chispa que encenderá un mero aviso cordial de que un gran árbol y sus enredaderas empieza a ocupar y tapar la luz solar en el jardín vecino. Junto a estos dos maduros matrimonios – uno de toda la vida y el otro entre un hombre divorciado y una cuarentona deportista y dada a la vida sana – también conectará con la separación del hijo del primer matrimonio con su esposa y la lucha que toma para mantener su relación con su hija y perder lo menos posible tras un descubrimiento que pone punto final a la relación (también algo nimio y anecdótico).
Lo que avanza poco a poco y permite tejer ciertos elementos individuales en cada personaje que justifiquen su comportamiento ante eventos duros y dramáticos pretéritos, Gunnar Sigurdsson teje un filme muy extraño en tono, excesivamente frío y en el que la comedia negra se torna una tragedia demasiado liberada de violencia en su tramo final. Resultando apetecible por su tesis y crítica contundente al egoísmo y maldad de las personas más bienestantes y aparentemente exitosas de la sociedad islandesa y de la propia condición humana; aunque a Gunnar Sigurdsson le falla una tensión que no encuentra un rumbo claro y una excesiva frialdad tonal que no permite que su vitriólica sátira resulte más brillante, destacando (en negativo) lo mal parados en general que quedan los personajes femeninos.