Festival de San Sebastián 2018 – DÍA 4
José Luis Cuerda, Celia Rico, Peter Strickland y Trevor Nunn
Cuarto día de Festival. Hoy también amaneció, que no es poco. La ya seguramente muy sobada referencia al clásico del cine español sí viene a cuento porque hace unas horas hemos podido ver, por fin, el regreso del maestro José Luis Cuerda a las pantallas. Habían pasado seis años desde su última propuesta, Todo es silencio, adaptación de la novela homónima de Manuel Rivas y, desde que se supo que habría secuela de la genial Amanece, que no es poco (1988), las expectativas por ver de qué se trataba no habían dejado de augmentar.
Vayamos al grano. Tiempo después (maravilloso título, por cierto), ¿es buena? Sí. ¿Lo es tanto como su predecesora? Eso ya no lo sé. Para empezar, lo mejor sería una recomendación. Hablando alto y claro: si habéis visto la primera, debéis saber que su dosis de humor absurdo sigue bien presente en esta continuación. Si no la habéis visto, dejad todo lo que estéis haciendo e id a verla, que no por nada es una pieza clave en el rompecabezas del cine español. Me gustaría poder inferir con un poco más de profundidad en el argumento, pero lo mejor es que vayáis al cine sabiendo lo mínimo posible. Como película es excelente en casi todo, empezando por el diseño de sus excéntricos personajes (el del conserje, por nombrar alguno) y del mundo que los rodea (todo el edificio es una gran farsa que empieza con hacer quiquiriquí método de acceso al interior y que termina con su tienda particular de Ginecología dental), los dos puntos fuertes del Cuerda más pasado de vueltas. Mi gran cuestión con la película (aunque no creo que deba llamársele problema) es que tengo la sensación de que, a pesar de la mordacidad que lo caracteriza, todo el planteamiento visual y narrativo está subjugado a una especie de blanqueamiento que la original, muy trash, muy negra, no tenía. Debe ser cosa del engrandecimiento de la producción, o del miedo a represalias, pero no he visto ningún momento realmente faltón (que, insisto, los hay de muy ácidos) que me hiciera recolocar en la silla, incómoda y casi ofendida, como en la anterior (¡ofender también es un arte, amigos!). O, bueno, a lo mejor ya no me incomodo tan fácilmente, no lo sé. Lo único que sé con certeza, y eso es una verdad como la copa de un pino, si me permiten el exabrupto, que he reído muchísimo.
Después de comer, tras un intento fallido de ir a ver Leto por complicaciones horarias, hemos podido asistir al primer pase de Viaje al cuarto de una madre, de Celia Rico para la Sección de Nuevos Directores – una sección que, por lo visto, este año ha dado muy buenos frutos. No exagero si digo que seguramente me iré del Festival con esta gran película entre mis favoritas. La que tendría que ser una historia de pequeña escala (los encuentros y desencuentros entre una madre y su hija que se quieren), se crece como la espuma gracias a dos actrices mayúsculas, Anna Castillo y Lola Dueñas, que son capaces de insuflar pathos en los gestos más cotidianos, acercándonos la verdad sobre el amor, el dolor y la muerte sin hacer ni decir nada “fuera de lo normal”. Porque justamente el guion parte de una cotidianidad casi dolorosamente banal para, a través de un detallismo cariñoso en la puesta en escena, dotar de una humanidad espectacular, en el sentido más literal de la palabra, a las dos mujeres protagonistas. Creo que todos, después de ver esta película, habremos tenido ganas de llamar a nuestras respectivas madres, así que os animo encarecidamente a hacerlo.
Este año ha habido un misterio en la programación del Festival, uno que aún nadie parece haber resuelto: ¿Qué hace In fabric, de Peter Strickland, en la Sección Oficial de un certamen como este? En una competición donde lo más común es un cine de autor habitualmente accesible y centrado en los géneros más respetables (dramas, películas de época, comedias refinadas…), encontrar un hijo directo entre el giallo más puro y Quentin Dupieux parece insólito. La película, con toques muy lynchianos, representa la vuelta del que ya es un director de culto con una premisa muy de serie B (un vestido maldito que trae mala suerte y, literalmente, asesina a su portador) y con un imaginario que parece directamente venido de la programación de Brigadoon en Sitges, con vaginas sagnantes, uñas y lavadoras asesinas. Justamente por este carácter casi macarra, el film, aunque un poco largo, ha encandilado a toda una sala ávida de sangre falsa.
Antes de irnos a la cama, hemos podido disfrutar de La espía roja, dirigida por Trevor Nunn, un thriller de espionaje de corte eminentemente clásico y basado en la historia real de Joan Stanley, la abuela británica que fue acusada de espía en 2000 (a quien da vida la Premio Donostia de este año, Judi Dench). Tanto ejecución como interpretación son muy solventes, y cabe destacar que Sophie Cookson, Joan de joven, está estupenda. Sí es verdad que el guion tiene algún pasaje un poco descuidado con respecto a la coherencia global de la historia, pero no es nada grave. Me interesa más que indague en ideas como la abnegación y el sacrificio por las ideas, así como que equipare el amor romántico con la fe en un ideario político, pues, estando estas reflexiones dentro de un film claramente comercial, me parecen muy significativas en un contexto de resurrección de las ideologías como el contemporáneo.
Mañana más y mejor.