¿Por qué no ha dirigido Robert De Niro más películas?
Reportaje sobre la faceta de cineasta del reputado actor neoyorquino
Dentro de esta maravillosa realidad paralela que es el cine, gran parte de la responsabilidad de que una película vaya bien, en líneas generales, que otros derroteros serían harina de otro costal, y no es esa la cuestión que hasta aquí me ha traído, o vaya mal recae sobre los actores, tanto protagonistas como secundarios, que dan vida a los personajes de la obra.
Se puede ser el héroe, el galán intachable, el que enamora al público, se puede ser un James Stewart en Caballero sin espada o un Gary Cooper en El secreto de vivir; o el antihéroe, el rebelde con causa, el solitario bienintencionado pero que alcanza su fin a través de tortuosos caminos, interiores o exteriores, un Humphrey Bogart en El sueño eterno o un John Wayne en Centauros del desierto; el bueno, el Clark Gable de Sucedió una noche o el Cary Grant de La fiera de mi niña, o el malo, el Robert Mitchum de La noche del cazador; el visceral, aquel que arrampla con todo, imposible de contener, cuando sale a escena, independientemente de su papel, un Marlon Brando en La ley del silencio o Daniel Day-Lewis en Pozos de ambición, o el frío, el contenido, el que hace que tiemblen los márgenes de su propio ser en los momentos precisos, un Al Pacino, un Spencer Tracy, un Anthony Hopkins, en El Padrino, Conspiración de silencio o El silencio de los corderos; el cómico, el Tom Hanks de Forrest Gump o el Jack Lemmon de Con faldas y a lo loco, o el dramático, los Laurence Olivier y Max von Sydow de Cumbres borrascosas y El séptimo sello.
Delante de las cámaras se puede ser muchas cosas; o se puede ser todo: se puede ser Robert De Niro.
¿Galán? ¿Quién no se enamoró de su Vito Corleone en aquella maravilla que fue El Padrino II? ¿Antihéroe? ¿Le habláis a él, le habláis a él, delante de un espejo, con una pistola en la mano y malas ideas en la cabeza? ¿Le habláis a él, que protagonizó Taxi driver, la cinta con la que yo, personalmente, si me lo permiten, y hace menos años de los que me gustaría reconocer, empecé a ver cine con seriedad (cuantísimos universos hay en Taxi driver)? ¿El bueno? A mí Jerry Lewis no me engaña, Rupert, en El rey de la comedia, tenía buen fondo. ¿El malo? Si El cabo del miedo daba, efectivamente, miedo, era por algo, y si Heat se encuentra en la cumbre del thriller actual es, entre otras razones, porque Nick McCauley es uno de los villanos más complejos y conseguidos del cine moderno. ¿Actor de entrañas, de corazón? De un corazón tan desgarrado como el del malogrado Jake LaMotta en Toro salvaje, de la que sigo diciendo que es una de las películas mejor dirigidas de la historia. ¿Frío? ¿Quién no recuerda aquella ruleta rusa en los campos de Vietnam, o aquel coche que no frenó, que pasó de largo, y al mismo tiempo, siguió hacia las profundidades, ante la fiesta de bienvenida que sus amigos le organizaron en El cazador? ¿Comedia? ¿Por qué no, por qué no parodiar su habitual papel de mafioso, ni el mismísimo Al Capone se le resistió, para descubrirnos que los gánsteres también tienen su corazoncito y sus preocupaciones existenciales en Una terapia peligrosa? ¿Dramático? ¿He oído Novecento, Érase una vez en América, Malas calles y Casino?
Delante de una cámara, por suerte, se puede ser muchas cosas; y Robert De Niro, decía, las ha sido todas. Pero ¿y detrás?
A muchos intérpretes de renombre les pica el gusanillo de la dirección, la carrera de Robert Redford, por poner un ejemplo, es igual de elogiable en los dos sentidos de la marcha; y en algunos casos las dotes de cineasta superan las de comediante, ejem, Clint Eastwood, ejem, Ben Affleck (aprovecho para recomendar las fantásticas Adiós, pequeña, adiós, un grandísimo debut, y Ciudad de ladrones, un thriller rodado con un pulso ejemplar y que contó con un Jeremy Renner en estado de gracia). Y en el del neoyorquino, si bien su faceta actoral es prácticamente inigualable, su filmografía como director, aunque escasa y esporádica, únicamente ha dirigido dos películas desde 1993, no le va, en absoluto, a la zaga.
Recuerdo la primera vez que vi Una historia del Bronx. Mi periplo por el cine de Scorsese llegaba a su fin cuando me topé con esta cinta, y me sorprendí congratulándome al descubrir que uno de sus colaboradores más habituales había recogido su violento testigo. De Niro habla en esta trágica epopeya de un chaval cualquiera en las calles de Nueva York en el mismo lenguaje, aunque, eso sí, con letras minúsculas donde el cineasta italoamericano grita, e incluso cuando susurra los demás deben callar, con toda la razón del mundo, y mirando a los ojos de su director de referencia.
Valores, clase obrera, racismo, la importancia de tomar buenas decisiones y un soberbio Chazz Palmintieri, que nos brinda, liándose a palos al ritmo del Come together de los Beatles con una banda de moteros que se pasaron de listos, una escena para el recuerdo, completan este monográfico sobre el conflicto entre lo que está bien y lo que está mal, la violencia, el amor y la juventud casi perdida, que compite en las mismas ligas, a mitad de tabla, eso sí, que los maestros lo son por algo, que Uno de los nuestros o Malas calles.
E, igualmente, me pongo de pie para hablar de El buen pastor, la segunda, y, hasta la fecha, última, obra de De Niro tras las cámaras. Para contarnos la vida de uno de los fundadores de la CIA, el neoyorquino hizo una de las mejores películas sobre la Guerra fría que nos ha dado este último siglo, la cinta que ha marcado la senda para otros grandes filmes actuales sobre el tema, como El topo o El puente de los espías, incluso la reciente Gorrión rojo bebe bastante de esta fuente.
Un gran reparto encabezado por Matt Damon, Angelina Jolie y William Hurt nos introduce de lleno en el desquiciante mundo del conflicto perpetuo entre Estados Unidos y la URSS, que el buen Robert supo completar dando cabida al amor, al arrepentimiento, a los convencionalismos, en este caso, tan enemigos de lo primero y tan familiares con lo segundo, y al fantasma de los conflictos familiares, a lo largo de su extenso, pero extremadamente bien narrado, metraje.
Como apasionado simulacro de analista de esto que, a falta de otra palabra, llamamos ficción, que no se me olvide comentar, antes de concluir, que Robert De Niro lo ha sido todo delante de las cámaras, el mejor actor de su generación y uno de los más completos de la historia; como cinéfilo, debo recordar que, con todo su talento y su grandísima proyección después de Una historia del Bronx, el intérprete únicamente ha firmado dos filmes detrás de ellas, y a los amantes del séptimo arte lanzo estas preguntas crueles: ¿por qué no ha dirigido Robert De Niro más películas? ¿Qué otras cintas, sus obras de madurez, su, quizá, pieza maestra, no nos habrán arrebatado antes siquiera de que estuvieran en marcha, teniendo en cuenta su progresión como realizador?
Un actor legendario, y un gran director, que, por fortuna, nos ha dejado una interminable lista de trabajos con los que disfrutar de todos sus talentos. Siempre a sus pies.