«Los fantasmas de Ismael»; Arnaud Desplechin decepciona en un relato sin sólida estructura en el que satura sus obsesiones formales y dramáticas
Una manida mirada a las obsesiones y crisis del artista, en un relato que no parece tener una dirección clara ni saber que relato quiere contar, hacen de Los fantasmas de Ismael una película verdaderamente decepcionante del maestro galo Arnaud Desplechin
Uno de los directores galos más elogiables del cine actual y uno de los más deudores de la Nouvelle Vague (podríamos considerarle el más directo de François Truffaut); inauguró con evidentes divisiones en la opinión de la crítica la edición 2017 del Festival de Cannes con una película mutilada y con varios montajes – el Internacional de 114 minutos, que nos llega a las pantallas; y el completo de 140′ que se vio en Cannes – que ofrece muchas de las obsesiones metacinematográficas y emocionales del cine de Desplechin; dentro de un conjunto irregular y fallido en comparación con sus más que loables filmes anteriores.
Tras ofrecer uno de los filmes más brillantes del cine galo reciente – y una de las muestras de influencia vanguardista más neoclásicas y eficientes del cine contemporáneo – con el que brilló en la Quincena de Realizadores titulado Tres recuerdos de mi juventud; Arnaud Desplechin se rodea de grandes nombres del cine galo en su reparto (contando como siempre con Amalric como alter ego de sus obsesiones) para contar un filme sobre las obsesiones creativas; la ausencia, la muerte o la pasión en un relato irregular sin aparente estructura; irregular y que se pierde en las autoindulgencias y temáticas sin sentido que saturan el filme del cineasta galo.
Una película que se plantea dentro de lo fantasmal en su apasionado triángulo amoroso formado por Ismael (Mathieu Amalric), un director de cine obseso y que vive una crisis tras la reaparición de su esposa Carlotta (Marion Cotillard); a la que llevaba dos décadas dándola por muerta enfrentándose a decidir entre ella y la estabilidad que Sylvia (Charlotte Gainsbourg) le había ofrecido en su vida. Esta situación tensa las inquietudes del protagonista y complica tanto su trabajo como su vida personal, al lidiar con la sensualidad del pasado que evoca su esposa resucitada y con la estabilidad y sencillez vital que ha encontrado con Sylvia. Evocándose un juego hitcockiano entre la ensoñación y la ficción que desestabilizan la mente del director y protagonista del relato.
Con ecos a Truffaut, Bergman e incluso al Hitchcock de Vértigo (esa mujer que parece regresar de los muertos para atormentar al hombre protagonista); Desplechin ofrece uno de sus filmes más decepcionantes al saturar al espectador en un juego de universos fílmicos, tramas entre lo real y lo ficticio que pretende en el que sus tramas interconecatadas no llegan a cuajar con la soltura deseada y genera un sinsentido en conjunto y la sensación de que el propio Desplechin no tenía muy claro que relato busca contarnos.
Decepcionante en conjunto aunque mantenga en algunas secuencias un talento innato para generar fascinantes y originales secuencias e imágenes; Desplechin se estrella en su nuevo proyecto hastiando sus propias marcas como autor en un relato excesivo y sin construcción unitaria lleno de personajes obsesivos y enfervorecidos que parecen buscar salir de la ausencia y crisis; en el que brilla en especial una excelente Charlotte Gainsbourg, la más empática de un conjunto en el que por sorprendente que parezca decepcionan Marion Cotillard y Louis Garrel; excesivos y poco creíbles en su composición interpretativa.
Desplechin decepciona en un filme saturado de autoindulgencias de los temas y recursos habituales de su cine en un relato sin sentido en su conjunto y muy irregular en el que incluso presencias tan talentosas como la de Marion Cotillard no parecen encajar del todo. Planteándose un filme enigmático, tremendamente irregular y sin ninguna construcción sólida como relato fílmico.