Desde que Jean Renoir llevase al cine por primera vez la obra de Flaubert en 1933, se han realizado siete versiones más de la novela que cuentan con directores de la talla de Vicente Minelli, quien la dirigió en 1949, o Claude Chabrol, en 1991, y con actrices que han interpretado a la insatisfecha protagonista como la gran diva del cine mudo Pola Negri, en la versión alemana de 1937 dirigida por Gerhard Lamprecht, Jennifer Jones en la cinta de Minelli o la gran Isabelle Huppert en la de Chabrol. Además de otras versiones libres, como la soviética Spasi i sokhrani (Alexadr Sokurov, 1989) o la más reciente Primavera en Normandía (Anne Fontaine, 2014).
En esta ocasión, Sophie Barthes, en el que es su segundo largometraje del que también es guionista junto a Rose Barreneche, nos trae una adaptación lineal de la obra de Gustave Flaubert que, temiendo traspasar el clasicismo de la novela, no aporta nada nuevo. La ambientación, el diseño de vestuario y la dirección artística están a la altura de lo que un drama de época necesita. Sin embargo, a pesar de un prometedor comienzo, donde la cámara en mano cercana al Dogma, se nos hace una presentación de personajes atractiva, el film se desinfla a los pocos minutos.
La desesperanza, insatisfacción y rebeldía de una mujer que vive encerrada en una época que le parece ajena, pasan de largo ante nuestros ojos sin que nos importe. No conseguimos entrar en la película, el único sentimiento de empatía lo encontramos con el tedio. Todo está demasiado medido y cuadriculado, como si la directora optase por renunciar a su propia cinta.
Las interpretaciones, a pesar de contar con un buen reparto, son igual de lineales. Mia Wasikowska, una actriz que nadie va a descubrir ahora y que encaja a la perfección en el papel de mujer de época como demostró en La cumbre escarlata (Guillermo del Toro, 2015), se defiende como puede aunque parece más bien perdida en un guión que no da más de sí. Igual sucede con Rhys Ifans, en un papel de pequeño empresario de oscuras intenciones, y Paul Giamatti que, como siempre, cumple como actor pero el personaje carece del interés que debería tener.
Madame Bovary, de Sophie Barnes, no es una mala película, pero se queda a medias de todo lo que se propone y termina por ser un film plano, de tendencia peligrosamente televisiva, que se olvida antes de que comiencen los créditos finales.