Aquellos maravillosos ’30
¿Llevas una pistola en el bolsillo o es que te alegras de verme? Preguntaba Mae West al aprendiz de casanova Cary Grant.
Eran tiempos modernos, era la época dorada en la parada de los monstruos, y en la gruta del rey de la montaña silbaba el asesino. El dulce peligro de la Dietrich en el Ángel Azul. Los hermanos Marx a base de sopa de ganso, sin camarotes ni noches de ópera. El germen del cine negro pintado en ángeles con caras sucias, de Paul Muni a Peter Lorre haciendo sombra al cigarrillo de Bogart. Henry Fonda comenzaba a ser el bueno de la película. Sin novedad en el frente, la mirada en los ojos de Jezabel o esa ceja arqueada en el gesto de Vivien Leigh.
Erroll Flynn era el héroe de aventuras, de Robin al capitán Blood. La primera vez que vimos reír a Greta Garbo, a la danza de Ginger y Fred con sombrero de copa hasta Broadway. Boris Karloff también jugaba a ser Fu-Manchú.
Chaplin encendía las luces de la ciudad mientras Capra contaba lo que sucedía una noche y Blancanieves inauguraba una gran pantalla adicta al techcnicolor. De cuando Marle Oberon y Laurence Olivier se movían en cumbres borrascosas, William Wyler con una carta para Bette Davis, o aquél superviviente del cine mudo llamado Gary Cooper que decía adiós a las armas hasta enseñarnos el secreto de vivir.
Eran tiempos de la grandiosa Katharine Hepburn y de Spencer Tracy, de Shirley Temple y Mickey Rooney, de Joan Fontaine y su no hermana Olivia de Havilland. De cuando el blanco y negro pasaba de moda y Hitchcock tenía los escalones contados en su tierra natal. John Wayne subía a la diligencia y Judy Garland caminaba por baldosas de amarillo saturado hasta lo que el viento se llevó.
Pingback: Aquellos maravillosos 30 – Gabriel Martínez()