De la propaganda en el cine
«¿Por qué se cree que gusta tanto el cine? Porque sus historias son estructuras que tienen sentido; y, aunque en esas historias las cosas vayan mal, sabes que responden a un propósito. No como en la vida». Así explican los protagonistas de la película inglesa Su mejor historia (2017), dirigida por Lone Scherfig, la importancia que el séptimo arte tiene para la sociedad. Y aciertan de pleno. Cada uno tendrá sus motivos y sus explicaciones para concordar con esta cita, pero es cierta: el cine es esto.
Las palabras de los personajes encarnados por Gemma Arterton y Sam Claflin describen a la perfección los objetivos del cine, abarcando todos ellos. Porque, a pesar del aparente idealismo y de la benevolencia superficial de la frase anterior, el contexto de la película, la Segunda Guerra Mundial, le da otro sentido e incluye otro matiz: la propaganda.
El uso de los medios de comunicación, entre los que se incluye el séptimo arte desde su invención, como espacios propagandísticos ha sido un factor común a lo largo de toda la historia. Desde los monumentos de la Antigua Roma, en los que se publicitaban las victorias bélicas, hasta la filmación de películas patrióticas que enardecieran los sentimientos de la población ante un conflicto, quizá Casablanca (1942) sea la más sutil de todas, todos los propagandistas se han valido de los medio de comunicación para sacar brillo a lo bueno y esconder lo malo bajo la alfombra.
Por su parte, la Segunda Guerra Mundial es la conflagración más cinematográfica de la historia.; y durante los dos últimos siglos se han realizado innumerables películas sobre cualquier aspecto del conflicto. El horror nazi del Holocausto judío fue retratado, de forma inigualable, por Steven Spielberg en la monumental La lista de Schindler (1993), y el director volvió a alistarse en la lucha contra Hitler en Salvar al soldado Ryan (1998), en la que nos mostró toda la crudeza del Día D, el desembarco en las playas de Normandía en 1944 -y de la batalla del bosque de las Ardenas en la serie Hermanos de sangre, de la que fue productor junto a Tom Hanks. Terrence Malick, quizá el director menos adecuado para grabar una película bélica, consiguió una de sus obras maestras, una de tantas, con La delgada línea roja (1998), el relato de las desventuras de los soldados en el frente del Pacífico. El gran Lee Marvin nos reclutó para una misión suicida en el corazón del Tercer Reich en Doce del patíbulo (1967) para contarnos la historia de redención y amistad de un grupo de pendencieros irredentos.
Y estos son solo tres ejemplos. La lista se prolonga casi hasta el infinito. El pianista (2002), de Roman Polanski, La gran evasión (1963), con Steve McQueen, Adiós, muchachos (1987), del incomparable Louis Malle, El gran dictador (1940), Ser o no ser (1942) o Roma, ciudad abierta (1945), tres de las películas más valientes de la historia, La vida es bella (1997), de Roberto Benigni, Enemigo a las puertas (2001), centrada en los francotiradores del bando soviético, o la reciente Dunkerque (2017), de Christopher Nolan, son algunas de las cintas que conforman la interminable enumeración de filmes que la Segunda Guerra Mundial ha inspirado.
Pero pocas son las películas que tratan el tema de la propaganda durante este conflicto. Quizá Enemigo a las puertas pueda considerarse dentro de esta subgénero, por los discursos de Kruschev a los soldados del frente de Stalingrado, pero, en todo caso, no se adentra de lleno en los mecanismos de persuasión tanto como lo hacen otras producciones. Ni siquiera Banderas de nuestros padres (2006), de Clint Eastwood, en la que se nos relata la falsa historia de los hombres que izaron la insignia de Estados Unidos tras la batalla de Iwo Jima, se sumerge en este tema, ya que se centra más en la mentira que los soldados a los que hicieron la famosa foto se ven obligados a contar para recaudar fondos y seguir sufragando la guerra contra Japón.
Por ello, aquí van tres películas recientes que sí tratan la propaganda, que verdaderamente hincan el diente en las formas en que los diversos gobiernos contendientes intentaban colarse en la mente de los ciudadanos para convencerles de lo bien que está lo que está tan mal.
1.º Los malos, los malos de cojones
Además de llevar a cabo un acercamiento profundamente original a la Segunda Guerra Mundial con aquella misión de un grupo de cazadores de nazis en Malditos Bastardos (2009), Quentin Tarantino indagó en la oscuridad de la mente de Joseph Goebbels, ministro de Propaganda del Tercer Reich, y en sus planes para levantar el ánimo de la población alemana.
Para ello, en esta ficción, el director rodó la cinta ficticia El orgullo de la nación, protagonizada por el falso, y pegajoso, soldado Fredrick Zoller, interpretado por Daniel Brühl. Zoller asesinó por su cuenta a cientos de enemigos cuando se quedó aislado de su grupo en lo alto de una torre, según se nos cuenta en Malditos Bastardos, y Goebbels lo eligió para impulsar la moral de sus tropas haciendo de sí mismo en la producción propagandística. Pero sus planes no acabaron saliendo del todo bien, más bien salieron ardiendo.
«¿Y usted es el orgullo de la nación?», le pregunta con desprecio Emanuelle/Shoshanna cuando se lo encuentra en un bar y le cuenta su historia. Pues eso.
2.º Un superhéroe en el campo de batalla
Antes de que Los Vengadores empezaran a dar hostias a todo lo que se movía en el Valhalla y luego les entraran los remordimientos, el soldado Steve Rogers, también conocido como el Capitán América, ansioso por servir a su país, se enfundó sus famosas mallas azules y su casco con alas y recorrió los escenarios estadounidenses recaudando dinero para los combatientes.
Y cuando eso no fue suficiente, decidió viajar a la Europa en guerra para seguir interpretando su papel en pleno campo de batalla y subir la moral a sus tropas. Pero el numerito no le funcionó y tuvo que ponerse serio con los nazis y, con un pelotón a sus espaldas y bajo su mando, conseguir su principal objetivo: estar presente cuando hubiera tiros.
Capitán América: El primer vengador (2011), lejos de ser una película de mero entretenimiento, es un elaborado ejercicio de aproximación al papel que los personajes populares -véase Marilyn Monroe en Corea- tienen en el terreno de elevar el ánimo de los soldados. Además, en este caso se da el irónico aliciente de que sea un elemento tan propagandístico como el propio Capitán América, que es tan patriótico que quiere ir a la guerra porque sí, por puro compromiso y simple convencimiento, sea el que finalmente ejerza como instrumento de propaganda, utilizado por las autoridades para hacer las delicias del público que sufraga los gastos del Ejército.
3.º Dunkerque desde otro punto de vista
Acabaré por el principio. Ya he hablado de que un diálogo de la película Su mejor historia explica a la perfección el significado del séptimo arte. Pero lo que no he dicho es que esta cinta, tan perfectamente interpretada y tan bien narrada, tan triste y a la vez tan reconfortante, contada con tanto gusto y talento, es el relato del rodaje de una película propagandística sobre la evacuación de cientos de miles de soldados ingleses de las playas de Dunkerque, resulta llamativo que se hayan estrenado dos películas sobre este curioso episodio de la Segunda Guerra Mundial en el mismo año.
La protagonista, superando todas las adversidades de la época, logra organizar los histrionismos de un genial Bill Nighy y el pesimismo apesadumbrado y fatídico de su compañero de guion y de oficina para recrear la historia de una familia que, voluntariamente, navegó a las peligrosas aguas francesas para rescatar a cuantos soldados pudiera.
La obra se centra en el rodaje de dicha cinta, y por ello es la que mejor refleja, en esta escueta recopilación, los mecanismos de propaganda, además de en las vicisitudes que surgen durante la grabación de una película que conseguirá, amoríos en plató aparte, mejorar la moral de la ciudadanía inglesa a pesar de los continuos bombardeos nazis sobre Londres.
«¿Por qué se cree que gusta tanto el cine? Porque sus historias son estructuras que tienen sentido; y, aunque en esas historias las cosas vayan mal, sabes que responden a un propósito. No como en la vida». Y este cine, estas tres películas, nos da una idea aproximada del uso persuasivo, más centrado en el terreno anímico, que el séptimo arte ha tenido durante el conflicto bélico más cinematográfico de la historia. Pueden convencerse de ello.