«Run!»: mi experiencia con el Doctor

¿Qué más se puede decir de una serie que lleva, con algún que otro parón, eso sí, desde los años 60 en antena, y que con el paso de las décadas va atrayendo a nuevas generaciones de seguidores? ¿Qué se puede decir de una producción que, a pesar del paso de los años, ha mantenido la frescura y la originalidad durante prácticamente 40 años? ¿Qué más se puede decir, en definitiva, de Doctor Who?

Pues, sencillamente, que es una serie brillante. Una excelente combinación de géneros tan dispares como la ciencia ficción, la acción y la comedia. Un icono indiscutible de la cultura británica al nivel de otros mitos como Sherlock Holmes: los paralelismos entre los diferentes doctores, concretamente, el noveno y el décimo, y el detective más famoso del mundo son más que evidentes y muy frecuentes. Una serie pionera sin la que, en la actualidad, no se entenderían muchas obras que gozan de gran reputación, como algunas películas de Christopher Nolan o El Ministerio del Tiempo.

Y, además, por si no sobraran ya los motivos para disfrutar de Doctor Who, es una de las obsesiones del gran Sheldon Cooper; y eso es un factor, al menos bajo mi criterio, y según mi experiencia con las películas de Los Vengadores y las de sus diferentes componentes, que habría que tener en cuenta. Así que me decidí a ver las cuatro primeras temporadas de la nueva tanda, la primera acabó en 1989, después de que se retomaran las aventuras del Doctor en 2005.

Una serie para gobernarlas a todas

Doctor Who cuenta la historia de un peculiar alienígena antropomorfo sin nombre, que se hace llamar el Doctor, que en vez de morir, cambia de aspecto, que pertenece a la raza de los Time Lords, y que se dedica a viajar, a todo correr, por el tiempo y el espacio con su TARDIS, la famosa cabina de teléfono azul de la policía inglesa, deshaciendo los entuertos que se encuentra, o que él mismo provoca, en cualquier universo, acompañado por una humana que lo ayuda, aconseja y apoya, y le salva los muebles, en sus tareas de caballero andante interdimensional.

Y desde esta premisa, los creadores de la producción de la BBC han dibujado a uno de los personajes más carismáticos de la historia de la televisión. Un personaje, además, cuya única arma es el intelecto y que lanza un genial mensaje pacifista y antibelicista, recordemos que es una serie concebida para todos los públicos, luego hay que quitarse el sombrero con los ideólogos, a pesar de que sus tareas de salvar el mundo lo llevan a estar habitualmente rodeado de militares. Este es uno de los puntos fuertes de la serie: que el Doctor únicamente utilice su mente y sus capacidades de deducción, ¿he oído llamar a la puerta del número 221B de la calle Baker de Londres?, nada de armas, para, por ejemplo, revelar y evitar un complot extraterrestre que pretende destruir la Tierra o hacerse con el control de los gobiernos, sin perder la sonrisa y el buen humor.

Porque este es otro de los puntales de Doctor Who: la perfecta combinación de géneros. Cada episodio contiene las dosis adecuadas de acción, con peleas interplanetarias y carreras frenéticas, de ciencia ficción, con viajes en el tiempo y el espacio, robots y alienígenas, y humor, con réplicas mordaces y rapidísimas y diálogos que echan chispas, en consonancia con los guiones.

Y eso me lleva al siguiente punto.

It´s bigger on the inside!: los guiones, una pieza de museo

«It´s bigger on the inside!», exclaman todas las acompañantes del Doctor la primera vez que entran en la TARDIS. Y la frase es la metáfora perfecta de lo que son las historias que cuenta la serie. Porque detrás de las carreras y el humor, cada episodio de la serie nos da una lección de sutileza y de saber hacer, y también saber ocultar las intenciones, en sus relatos. Porque importa más el interior, el subtexto.

Quiero decir que detrás de una invasión alienígena a la Tierra y acusaciones de utilización de armas de destrucción masiva se esconde un auténtico manifiesto contra la guerra de Irak, recordemos que la segunda entrega de Doctor Who es de 2005, y la invasión del país asiático era aún reciente. Quiero decir que una nave espacial es un lugar aparentemente perfecto para criticar la excesiva preocupación por el aspecto físico y las operaciones de cirugía estética; o que una serie de ciencia ficción es un espacio ideal para alertarnos de los peligros del consumismo, de la tecnología o del poder de los medios de comunicación, o para planterar cuestiones existencialistas muy del estilo de Blade Runner.

Y además de un personaje carismático, los guionistas han sabido crear un Doctor, dos, en realidad, profundo, con rasgos de melancolía entremezclados con alegría aparente, con un único giro de guion: él es el último de su especie. Y esa soledad es la que lo empuja a correr, y correr y correr, y a salvar a la humanidad, y a buscar con desesperación a una acompañante; un contrapunto humano para crear una dupla similar a las de Sherlock Holmes y John Watson o, en cierta medida, don Quijote y Sancho… o incluso a la de Sheldon y Leonard.

Y los creadores de Doctor Who van desgranando esa melancolía poco a poco, según se profundiza en la relación de los personajes protagonistas, insinuándola más que mostrándola, siguiendo los preceptos de Ernest Hemingway y su teoría del iceberg. Algo a lo que también ayuda la interpretación de los protagonistas, y gracias a lo que he descubierto a dos grandes actores: Christopher Eccleston y David Tennant, más allá, este último, de su sobreactuado papel en Harry Potter y El Cáliz de Fuego. 

Es cierto que la serie se toma algunos irremediables atajos narrativos, como que la TARDIS sea, además de una máquina del tiempo, un traductor al inglés de todas las lenguas del universo o que el destornillador sónico del Doctor, una especie de llave maestra no solo para cerraduras, abra todas las puertas en el momento preciso y sea capaz de desbaratar malignas intenciones con su chirriante pitido. Pero esto son pequeñas e insignificantes fisuras en un sólido muro.

Primero fue el Doctor

He escrito antes que Doctor Who es una serie pionera, visionaria, en el mundo de la cultura actual. Y es totalmente cierto. Quienes hayan visto El Ministerio del Tiempo y la producción británica no podrán haber dejado de percatarse de los paralelismos entre estas dos grandísimas historias.

Obviamente, no solo por los viajes en el tiempo, que han sido un tema recurrente en todas las épocas del cine y las series, sino por la aparición de personajes de la historia de Inglaterra, como William Shakespeare, atención al capítulo dedicado al poeta y dramaturgo, parejo al primero que la producción española destinó a Lope de Vega y al duelo recitativo que este tuvo con las letras de Rosendo, Charles Dickens o Agatha Christie. Y aunque los actores de El Ministerio del Tiempo superan, con creces, a los de Doctor Who, no he podido evitar ver similitudes entre los relatos de estas dos series.

Y luego está el caso de Christopher Nolan, uno de los, para mí incomprensiblemente, salvo por Dunkerque, tótems del cine actual. Está el caso de sus películas Origen e Interstellar y los últimos capítulos de la cuarta temporada de la serie británica. Dimensiones paralelas que se entrecruzan, personas que vienen de tiempos futuros que entran en contacto con gente del presente, o más bien de «un presente», -¡pero si los personajes del mundo paralelo de estos episodios de Doctor Who se comunican con los del mundo «real» arrojando libros de una librería, como haría Matthew McConaughey en Interstellar, por el amor de Dios!-, la incapacidad de distinguir entre lo que es real y lo que no… ¿No nos suenan estos argumentos de los argumentos de dichas cintas?

Ojo, no insinúo que el director británico haya plagiado nada, porque repito que esta temática es una constante en la ciencia ficción, véanse los libros de Philip K. Dick; y siempre he dicho que Nolan tiene un gran dominio de la técnica y la narrativa, basta con ver su última película para darse cuente de ello. Simplemente afirmo, como afirmaría Sherlock, que no hay nada nuevo bajo el Sol.

Y no solamente en estos aspectos. Algunos de los actores con más renombr y proyección de de la actualidad, como Andrew Garfield, que ya ha trabajado con directores como Martin Scorsese o David Fincher, o Carey Mulligan y Felicity Jones, nominadas al Oscar a la mejor actriz por An education y La teoría del todo, respectivamente, han hecho sus apariciones en Doctor Who.

Run!

Poco más se puede decir de Doctor Who más que lo dicho. Su duración, sus seguidores, su originalidad, lo icónico de su historia, su complejidad… hablan mejor de ella que cualquiera de las palabras que haya podido escribir aquí. Porque hay más talento y dedicación en un episodio de la serie, una serie única y especial, que en cualquier otra producción, sea cinematográfica o televisiva, con más fama e ínfulas que verdadero contenido.

Si no me escuchan a mí, hagan caso a Sheldon Cooper, siempre será una decisión inteligente, y siéntense cada sábado, o cada día, a ver y disfrutar de una nueva entrega de las aventuras del Doctor. Nos vemos en la TARDIS. Allons-y!

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Guillermo García Gómez

Guillermo García Gómez ha escrito 47 artículos en Ciempiés.

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