Malos tiempos para el western

El estreno esta semana de La venganza de Jane (Gavin O’Connor, 2016) y el próximo remake del remake de Los siete magníficos dirigido por Antonine Fuqua, acompañados en estos últimos años de títulos que han mantenido la llama del western a media luz, nos hace recordar tiempos en los que el cine del Oeste era el género por excelencia. Una época de la que salían quizás no las mejores historias pero sí las grandes aventuras donde se encontraban memorables personajes, hoy a la sombra, sin que esto sea  intento de protesta ni excusa mal entendida, de los superhéroes que copan las pantallas.

Imaginemos a John Wayne enfundándose el pesado traje metálico de Iron Man como un Tony Stark de corte clásico mediando en una época donde la Ciencia-Ficción o el universo del cómic eran quimeras cinematográficas. Un Gary Cooper, «solo ante el peligro», a lo Capitán América o el rostro impenetrable de Clint Eastwood, héroe solitario bajo sus propias reglas, marcado por sed de venganza y justicia extrema como un Punisher versión cowboy.

Ahora que el género de superhéroes está marcando tendencia y época propia, gracias a los avances no sólo de los efectos especiales sino a implantar más calidad y profundidad en las historias que, sin tener que ser obras shakesperianas, se alejan de los típicos esquemas de películas de acción vistos hasta no hace tanto tiempo donde por muy entretenido que fuese el producto Jungla de cristal no difería mucho de, por ejemplo, Superman.

Fotograma de «Asalto al tren del dinero» (1903)

Hubo un tiempo en el que el western marcó esa tendencia norteamericana de género propio. Desde que Edwin S. Porter lo iniciase con Asalto al tren del dinero en 1903, el Oeste Norteamericano fue punto de partida de todas aquellas historias enmarcadas en inmensas llanuras bajo la puesta de sol y la silueta dibujada de un caballo donde reposaba algún personaje de gatillo fácil e impecable puntería.

La figura del llanero solitario inmerso en aquella sociedad de finales del siglo XIX donde las grandes ciudades comenzaban a vivir un ambiente burgués que contrastaba con los variopintos personajes del lejano Oeste, donde la supervivencia y una serie de reglas no escritas, y bastante discutibles en su mayoría, regían el destino de una población concebida a base de inmigrantes de la peor calaña, muchos de ellos repudiados de sus países de origen que buscaban en la nueva tierra otra oportunidad, ya sea para delinquir a sus anchas o sobrevivir en un terreno igual de hostil, a costa casi siempre de los auténticos hijos de la patria: los indios, quienes han sido casi siempre expuestos como simples salvajes a los que hay que civilizar.

Una escena de «La diligencia» de John Ford con un joven John Wayne.

La representación épica de su historia, que tanto les gusta imprimir en otros géneros, comenzó con los westerns crepusculares donde se cocía “el sueño americano”. Aunque sin remover la herida en cuanto a relatos poco rigurosos que se plasmaron en pantalla, encontramos el esplendor del género en los años 40 y 50 con dos nombres propios como son John Ford en la dirección y John Wayne en el de actor protagonista. Cintas como La diligencia (1939) o Centauros del desierto (1956) están consideradas obras que, pese a su filosofía y dudoso trasfondo, han dejado huella y marcado el camino a films posteriores. Sin olvidar al prolífico, en todos los géneros, Howard Hawks quien dio al western grandes películas como cualquiera de sus “Ríos”, de Río Rojo (1948) a Río Lobo (1970) pasando por Río Bravo (1959), o la más destacable de todas, El Dorado (1966), con John Wayne, Robert Mitchum y un joven James Caan. Duelo de titanes (John Sturges, 1957), Winchester 73 (Anthony Mann, 1950), Johnny Guitar (Nicholas Ray, 1954), o un buen ejemplo de cine épico como es Duelo al sol (King Vidor, 1946). Así como el remake de la obra de Kurosawa, Los siete samuráis (1954), reconvertidos en justicieros capitaneados por Yul Brynner y Steve McQueen en Los siete magníficos (John Sturges, 1960).

La decadencia no tanto del género como por la aportación de una mirada más realista del lejano Oeste llegó en los 60 de la mano del propio John Ford con El hombre que mató a Liberty Valance (1962),  sin olvidar otro western crepuscular como es La conquista del Oeste (Henry Hathaway, 1962). Aunque por aquel entonces surgía un subgénero que dio otros aires, en un principio poco serios, al cine de vaqueros, el spaghetti western, que merece un discurso aparte, con tres directores destacados: Sergio Corbucci con el Django (1966) protagonizado por Franco Nero, Enzo G. Castellari con su Voy, le mato y vuelvo (1967) y, sobre todo, Sergio Leone que con su etiquetada por la United Artist como la Trilogía del dólar (vénase Por un puñado de dólares (1964), La muerte tenía un precio (1965) y El bueno, el feo y el malo (1966)) con Clint Eastwood como el legendario protagonista sin nombre y Ennio Morricone en la banda sonora, llevó a este subgénero a su nivel más alto. En cuanto al cine puramente norteamericano destaca en esta época de transición a la decadencia el nombre de Sam Peckinpah con una de las obras más serias y violentas como es Grupo Salvaje (1969) o la melancolía desgarrada de Pat Garret y Billy The Kid (1973) con su inolvidable Knockin on heavens door de Dylan. Mención aparte, como renovación acertada del género, encontramos El juez de la horca (John Huston, 1972), Dos hombres y un destino (George Roy Hill, 1969) y Hasta que llegó su hora (Sergio Leone, 1968).

Morgan Freeman y Clint Eastwood en «Sin perdón» (1992).

Y su hora parecía que estaba llegando, un género con la pólvora mojada que, sin embargo, a principios de los 80 vio el resurgimiento gracias a uno de sus llaneros solitarios mejor recordados: Clint Eastwood, quien había ido tomando buena nota humildemente de sus maestros hasta conseguir superarlos. Desde aquel Infiero de cobardes (1972), logró mantener vivo el gran western, casi en solitario, con un corte clásico con títulos como El fuera de la ley (1976), El jinete pálido (1985) o el considerado último gran western, Sin perdón (1992).

Durante las décadas de los 80 y 90, se pudieron ver pequeñas reminiscencias del género como Silverado (Lawrence Kasdan, 1985), Wyatt Earp (Lawrence Kasdan, 1994), Tombstone (George Pan Cosmatos, 1993) y, por supuesto, la épica Bailando con Lobos (Kevin Costner, 1990). Aunque de esta época son también ejemplos con los que el cine del Oeste parecía más bien tener los días contados, como Rápida y mortal (Sam Raimi, 1995) o de nuevo Kevin Costner con su western futurista The Postman (1997).

Sin embargo, los 2000 no comenzaron con mal pie para el género y se vieron intentos de seguir la línea de los clásicos muy acertadas, como Open Range (2003) de Kevin Costner, sí, Kevin Costner. La incursión del lejano Oeste en series como la infravalorada Deadwood (2004-2006), misteriosamente cancelada; El tren de las 3:10 (2007) de James Mangold; hasta llegar a un remake que superó a la original, como es Valor de ley (2010) de los hermanos Coen, o las reinterpretaciones de Tarantino con su Django (2012) y su épico-negra The Hateful Eight (2015), pasando por la vuelta a lo clásico con una mirada crítica al pasado como es Deuda de honor (Tommy Lee Jones, 2014).

Gabriel Martínez Ruibal

Gabriel Martínez ha escrito 143 artículos en Ciempiés.

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