Festival de Sitges 2021 (III): Aislamientos, pasiones y apocalipsis de todos los colores

Las óperas primas han plagado esta 54 edición del festival de Sitges y han dado una notable frescura a una programación ya de por sí estimulante. Uno de los temas recurrentes del cine de género es el aislamiento; y esto se ha visto más protagonista en estos tiempos de pandemia y de cuarentenas, por lo que los/las cineastas han encontrado un cierto filón para el que ofrecer películas de supervivencia, terror o de futuros apocalípticos más o menos cercanos a la realidad.

Una de las películas que más claramente explora el peligro del aislamiento y que juega con el terror ha sido la cinta española El páramo, de David Casademunt. Ambientada a finales del siglo XIX; una matrimonio y su hijo han decidido vivir su vida fuera de las poblaciones a causa de las continuas guerras en las que el país se ve inmerso. Pero el encuentro de un cuerpo y la sensación de una extraña presencia que deambula alrededor de la casa rompen la aparente paz de la familia, obligando al padre a viajar para encontrar respuesta y a que la madre y el niño esperen solos en la casa su regreso.

Casademunt se decide por una ambientación y paisaje más digno del western, pero más cercana en lo narrativo a referentes clásicos del cine de terror; como es el caso del aislamiento, del terror a lo desconocido y del niño obligado a crecer. Stephen King pulula por el relato pero son los referentes cinematográficos los que más nos vienen a la cabeza. Desde set pieces de terror que remiten a James Wan, hasta un juego con el melodrama cercano al primer J.A. Bayona y a M. Night Shyamalan – del que parce coger elementos de Señales y El bosque (The Village) – hasta una ambiéntación íntima y de época (muy en la línea de The Witch de Robert Eggers).

Un compendio de referentes equilibrado y eficaz, que evidentemente no sorprende al espectador curtido en el cine de terror contemporáneo, pero que nos hace descubrir a un joven director que sabe beber del cine de género. A destacar también la labor y química entre madre e hija (Inma Cuesta y Asier Flores) en este solitario viaje por el miedo y la locura.

Madre e hijo también son los que tienen una vida intencionadamente aislada en la austríaca Luzifer, de Peter Brunner. Un relato con ecos a Lars von Trier o a Ultich Seidl (que está acreditado como productor) que nos presenta a dos individuos que han encontrado su refugio en la fe cristiana. En una manera de comprensión de la fe que se ve amenazada cuando el pueblo decide construir un complejo turístico por la zona.

Lo que podemos pensar que va a ser un relato sobre el daño del fanatismo religioso (que algo hay de ello), o más bien del dogma mal entendido, acaba por convertir en héroes a sus protagonistas y en quedarse en una crítica al progreso y al capitalismo como instrumento de todos los males. Llena de simbolismos y sobretodo de un ritmo algo lento y reiterativo, Luzifer se cree más profunda de lo que es y acaba por agotar en una idea principal que va y viene en el relato. Cabe salvar de la quema el trabajo de Franz Rogowski, un excelente actor que hemos podido ver en mejores títulos como los dos más recientes filmes de Christian Petzold: Tránsito y Ondine.

La que también se va de aparente retiro es Alice Krige (premio Màquina del Temps en esta edición) en la atractiva y estimable She Will, de la debutante Charlotte Colbert. Un relato de telúrico y de horror cósmico que conecta a las brujas quemadas en Escocia (el país en el que más mujeres fueron condenadas por brujería) con la era del Me Too.

Colbert, con el visto bueno de Dario Argento, ofrece un relato de brujas curioso; en el que su talento para una atmósfera fascinante y casi táctil solventan un relato feminista no del todo equilibrado en su paralelo eco entre el pasado y el presente; pero que nos fascina por sus imágenes, tono y por la estimable y majestuosa presencia de Alice Krige.

Uno al que realmente le interesan las mentes aisladas, desequilibradas y perturbadas es Justin Kurzel. Tras su magistral adaptación de Macbeth, su fallido paso por el blockbuster con Assassin’s Creed y su regreso a Australia con la interesante La verdadera historia de la banda de Kelly; Kurzel regresa a sus primeros filmes al retratar desde lo natural e íntimo a grandes criminales del país australiano.

En Nitram, Kurzel retrata la vida de Martin Bryant hasta los acontecimientos trágicos que generó asesinando a 35 personas en la conocida masacre de Port Arthur en 1996. Kurzel se centra en la vida asocial, dificultades sociales y familiares que llevaron a Martin a decidirse por ese violento acto.

Muy en la línea formal y tonal de Elephant de Gus Van Sant, Kurzel construye un dibujo naturalista sobre su protagonista, buscando comprender a la perturbada mente sin dejar de lado la cierta naturaleza para el mal de su protagonista. Para ello se apoya en un perfecto reparto – estupendas Essie Davis y Judy Davis – que sabe estar al nivel de sutilidad que la película requiere y también en la libertad de actuación que necesita ese animal escénico en el que se convierte Caleb Landry Jones para meterse en la piel de Martin Bryant. Cabe destacar el enorme respeto con el que Kurzel trata la masacre de Port Arthur en su desenlace; excelente e igual de duro.

Más nombres consagrados visitaron las pantallas de los cines del festival de Sitges durante su segunda semana. Uno de ellos fue el israelí Ari Folman, que como deseo personal, ha podido realizar su singular versión de la vida de Anna Frank. Desde la perspectiva de Kitty,la amiga imaginaria de Anna Frank, Folman teje un evidente e incuestionable paralelismo entre el presente y lo vivido durante el nazismo.

Es cierto que Where is Anne Frank resulta un Folman menor en comparación con sus más imaginativas incursiones en la animación (Vals con Bashir y The Congress), pero la película funciona en su aspiración de cine familiar y divulgativo sin caer en buenismos excesivos; aunque su trama de los refugiados resulte muy simplista. Dejando a las claras la necesidad de luchar por los derechos humanos y contra esa sombra ya en el poder en muchos países europeos llamada ultraderecha.

El belga Fabrice Du Welz, uno de los francófonos más habituales del festival, presenta su nuevo largometraje Inexorable tras ser uno de los protagonistas del palmarés en 2019 con la muy recomendable Adoration.

La premisa de Inexorable bien podría ser el de un telefilm de domingo por la tarde o el de thrillers algo rancios como La mano que mece la cuna; pero el talento innegable para las atmósferas del cineasta belga, y una cuidada fotografía en 16mm de Manuel Dacosse, aportan una riqueza visual y turbiedad al relato que te engancha durante su algo más de hora y media de duración.

A ello, se suma una magnífica dirección de actores y unas interpretaciones brillantes de su reparto. Tanto el ya consagrado Benoit Poelvoorde como sufridor marido escritor que cae en las redes de una magnética joven interpretada por Alba Gaïa Bellugi, como la labor de su esposa en la ficción encarnada por Mélanie Doutey y de la hija, encarnada por Catherine Salée; que deja una de las escenas más potentes de la película. No sorprendería que el palmarés tuviera en cuenta de nuevo a Du Welz.

Otra película fascinante, y sin duda la más críptica e indescifrable de toda la edición del festival viene de la mano de la prometedora y personalísima mirada de la francesa Lucile Hadzihalilovic, que ya nos encandiló con Evolution en 2015.

Ahora regresa con Earwig; película de tempo contemplativo y de imágenes detallistas en las que la expresividad de la luz natural nos embelesa – de aplauso el trabajo de Jonathan Ricquebourg, recordándonos al José Luis Alcaine de El sur de Víctor Erice -, desde otra premisa en la que una niña y otros personajes se encuentran atrapados en un espacio que parece beber de sus pensamientos, de su pasado; de secretos que no salen a la luz.

Exigente y tremendamente críptica (imposible revelar todas sus ideas en un solo visionado), Hadzihalilovic teje un relato fascinante lleno de dolores y culpas con toques de relato gótico. Una experiencia que vale la pena para cualquier cinéfilo y para una de las directoras más singulares del cine actual.

Otro de los grandes leit motiv de esta edición iba a ser, inevitablemente, la de los futuros apocalípticos. Con año y medio de pandemia, los futuros oscuros eran inevitables en esta edición (véase la ya comentada In the Earth de Ben Wheatley). En los últimos días de festival dos futuros apocalípticos entraron en escena; uno desde lo terrenal y cotidiano, y la otra desde la fantasía más delirante.

La británica Silent Night nos propone lo que es la típica comedia de enredos entre una cena y amigos pijos. Pero Camille Griffin sabe sacar todo el jugo a su punto diferenciador y es que un virus mortal está diezmando a la humanidad y no parece haber ninguna cura. El gobierno británico ha decidido repartir unas pastillas para evitar el sufrimiento y así tener una muerte apacible. Todos los amigos parecen tenerlo claro pero uno de los pequeños de la pareja anfitriona no lo tiene nada claro.

Camille Griffin saca a relucir la típica sorna y agilidad para la comedia negra de la ficción británica reciente (como si de un Richard Curtis más retorcido se tratara) en un relato que se ríe de la situación trágica y al mismo tiempo nos emociona por ese fin inevitable que espera a personajes cercanos y ridículos en su mayoría. A ello se suma un reparto magnífico liderado por Keira Knightley y Matthew Goode, y en el que brillan especialmente Annabelle Wallis y Roman Griffin Davis (el protagonista de Jojo Rabbit). Una de las películas que más entusiasmo ha generado en el público.

Una de las rarezas de este festival – como era esperable viendo quién hay detrás – llegó con After Blue (Paradis Sale). Una de las voces más autorales de esta iba a ser claramente Bertrand Mandico que, tras una andrógina y lisérgica película de aventuras llamada The Wild Boys (elegida la mejor película de 2017 según Cahiers du Cinema), ahora nos presenta su particular western de nuevo con un mundo femenino en el que la sexualidad y la naturaleza se funden.

Forajidas, jóvenes destinadas a grandes cosas e individuos que sobreviven en su microcosmos van pululando por el universo viscoso y lisérgico de Mandico. No apto para todos los gustos, pero de enorme riesgo y audacia en su mezcla de western y space opera con su interés por los fluidos, los placeres y los cuerpos dentro de un universo propio de fantasía.

Valoración de las películas:

El páramo (***) – Oficial Fantàstic

Luzifer (**) – Oficial Fantàstic

She Will (***) – Oficial Fantàstic

Nitram (****) – Oficial Fantàstic

Where is Anne Frank (***) – Oficial Fantàstic

Inexorable (****) – Oficial Fantàstic

Earwig (****) – Oficial Fantàstic (Fuera de competición)

Silent Night (****) – Oficial Fantàstic

After Blue (Paradis Sale) (***) – Oficial Fantàstic

Jose Asensio

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