Alegra ver de nuevo a Steven Soderbergh en la pantalla grande tras años de proyectos para plataformas, entre Netflix y HBO, y con una producción independiente en la que es probablemente su primera incursión verdadera en su filmografía dentro del cine de terror. Un director con Oscar y Palma de Oro es suficiente reclamo para inaugurar con pedigrí la edición de este año del festival de Sitges; algo menos potente en nombres y estrellas que años anteriores y que en sus últimas ediciones no fallaba en su apuesta inaugural.
Steven Soderbergh se enmarca de nuevo en un interés novedoso, un «gimmick» que aporte algo distinto. En «Presence», el cineasta estadounidense lo hace al narrarnos una historia desde el punto de vista subjetivo del fantasma de una casa a la que se muda una familia de clase media-alta que busca nuevos aires para que sus dos hijos universitarios se asienten en su nuevo lugar; el chico para que brille en las competiciones deportivas y ella, para que vuelva a comenzar después del duro golpe emocional de perder a una gran amiga a causa de las drogas. Estos activos, y especialmente la sensibilidad de la hija para percatarse de que hay «algo» en esa casa, pone a prueba la estabilidad del núcleo familiar y del matrimonio.
No es la primera vez que en el cine el fantasma toma parte activa en la historia – no hace falta recordar aquella maravillosa «A Ghost Story» de David Lowery -; y más allá de esa atractiva mirada, «Presence» deja frío. Principalmente porque el elemento de terror resulta casi inexistente, más allá de su concepto inicial, siendo una película que desde el inicio se mueve de forma más cómoda en la nueva tendencia indie a nivel estilístico y en su orgánico, aunque añejo, mix entre thriller y dramón familiar, en lo narrativo.
A ello cabe sumar el trazo superficial en la família. Con un retrato de cada uno de ellos demasiado unidimensional para que conectemos con su dolorosa historia de adicciones, pérdidas y crisis sentimentales que la película urge en desarrollar. La propuesta resulta interesante por el interés que Soderbergh siempre aporta como valor añadido a mirar de renovar o descubrir conceptos; pero su entramado narrativo resulta más noventero y añejo de lo que debería; y resulta poco compleja y empática para el espectador actual.