Bob Dylan: pocas palabras para un Nobel

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De cuando sonaba en un antro con ratas, a la mala fama de un gran Lebowski. Aquel hombre dentro de ti, que se dirigía  a una chica bonita, al que la censura española tuvo el disgusto de conocer.

El poeta del pueblo del siglo veinte; ese que se apuntó a todas las religiones, sin pertenecer a ninguna, y yo que me quedé, sin lugar a duda, con la suya.

Humilde huraño que se topó por sorpresa con un gitano en Las Vegas, de apellido Presley. Un tipo que sólo buscaba hombre de la pandereta, que le tocase otra canción, que le valió a Michelle Pfeiffer para ganarse a una clase rebelde.

Pero los tiempos no habían cambiado tanto por su letra en los títulos de The Watchmen, la banda sonora de unos jóvenes prodigiosos, aquel himno por la paz del Huracán.

La repuesta a la típica pregunta, siempre a golpes con el viento, o aporreando las puertas del cielo con Pat Garret y Billy The Kid.

Un músico tan anónimo, tan circunstancial, con ese blues solitario a golpe de armónica: pocas palabras y un sombrero.

Gabriel Martínez Ruibal

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