53 Festival de Sitges 2020 – Crítica de «Península»
Uno de los platos fuertes de la programación de la 53 edición del festival de Sitges (sin quizás el bombo o renombre de otros años) es la ansiada secuela del superéxito zombie del cine surcoreano: Train to Busan. Aunque, más que una secuela, la película funciona totalmente de forma independiente, apostando con gran fuerza por la distopía y la acción frenética.
La película nos traslada cuatro años después de lo sucedido en la primera entrega. El virus ha diezmado a la Humanidad. Tanto la ciudad de Busan como la isla de Corea han sido abandonadas. Los supervivientes son enviados a Hong Kong como refugiados y se buscan la vida como pueden en una sociedad que les culpa de lo sucedido. Mientras siguen esperando la ayuda internacional, un grupo de cuatro mercenarios refugiados aceptan un trabajo como cualquier otro, pero todo se complicará cuando poderosos del caos de la ciudad y los zombies entren en acción.
Como si de la Nueva York de 1997: Rescate en Nueva York se tratara, Yeon Sang-ho cambia la personalidad y buen trazo sobre los personajes que generó en su primera entrega por una secuela más grande y espectacular en escala, aunque no por ello mejor. Su evidente descaro por recordar al cine de John Carpenter y la saga Mad Max le aportan un encanto que maquilla en parte la sensación de película adolecida por lo genérico, por unos personajes faltos de carisma y por un exceso melodramático.
Aún así la película se disfruta mucho más si evitamos las comparaciones con el primer título, aunque queda emborronada como “una peli más” de la potente y fructífera industria del cine surcoreano.